Si hacemos que las verdades se dobleguen ante las dificultades, se acabó la filosofía.

[Joseph de Maistre (1753-1821), Les soirées de Saint Petersbourg]


domingo, 13 de abril de 2008

Kamikaze (Fragmento 1)

KAMIKAZE

Raúl Antonio Capote

A Jesús C.
A: Mis hijos




Si se me antoja ver el horizonte cuadrado... ¿Quién podría impedírmelo?
Vicente Huidoro

I

Federico Van Haar nació durante un apagón en la Habana heroica de 1960, y por esas cosas curiosas de la vida, murió en medio del único apagón ocurrido en los últimos 50 años en la ciudad de Wuppertal, Alemania. Su cuerpo helado, tendido en la gaveta de la morgue parecía uno de esos mosaicos bizantinos gastados, carcomidos por la humedad y los años, a los que, durante siglos los niños han robado sus piedrecillas doradas y donde el agua ha trazado surcos de liquen y tierra.
Un pez helado y yerto sobre la chapa de metal.
- Si es él, Federico Van Haar, mi tío.
Podía decirle al guardia muchas cosas más de mi tío. En todas las familias hay una oveja negra, o varias, en nuestro caso Federico era la oveja negra predilecta De Federico apenas se hablaba en el círculo familiar y cuando se le mencionaba, su nombre siempre iba acompañado de los calificativos de excéntrico, loco e irresponsable. Mamá decía que era un hombre inteligente que había malgastado sus dotes en cosas inútiles.
Era el hermano menor de mi padre, un hijo de la vejez, casi de mi misma edad. De niño solíamos jugar juntos, pasábamos largas horas en la biblioteca de papá o en el parque Carlos Marx, donde a Federico le gustaba fantasear a costa del busto deforme del líder de la clase obrera. Después nos separaron, Federico dejó de visitar nuestra casa y se acabaron los juegos en el parque. Siempre fue un tipo extraño tío Federico. Después de años sin tener noticias de él, en los últimos meses le dio por enviarme unas cartas extravagantes, que despertaron mi curiosidad, al punto que llegué a esperar con ansiedad su correspondencia.
Por sus cartas lo imaginé como uno de esos seres raros, excéntrico, eternamente inadaptados, una especie de ermitaño incomprendido, aislado del mundo. Su soledad, la sentí aplastante. Pero es que ¿A quién se le ocurre – por ejemplo- a estas alturas, ponerse a escribir una novela sobre Federico Engels?
Podía haberle dicho todas esas cosas al guardia y muchas más, pero solo dije casi en un susurro
- Si, es él, Federico Van Haar, mi tío.
Y la gaveta se cerró con un golpe seco, como en las películas americanas, y el guardia anotó unas cosas en una libreta y el abogado otras en su agenda y el médico forense se atusó con sorna los bigotes largos y torcidos a lo prusiano y mi pobre tío regresó de un golpe al interior de la nevera o como se llame, a esperar, quién sabe cuanto, por un entierro adecuado, porque sabe Dios como serán esas cosas en Alemania.
Allá en Cuba te llenan unos papeles, te asignan una funeraria – en la que existan capacidades disponibles -, un féretro gris de bagazo con apliques de calamina, una corona de flores, un carro de muerto, un taxi para la familia y sanseacabó. Al cielo o al infierno, según los méritos acumulados en vida. Pero en Alemania, cualquiera sabe.
En la estación de policía, tuve que llenar infinidad de formularios, ayudado por un sargento, que en época más gloriosa había sido colaborador técnico en Cuba y sabía hablar bastante bien el español.
El instructor, agente, oficial, teniente, sargento, investigador, delegado, comisionado, supervisor, inspector, detective o como se llame en Alemania, tamborileaba constantemente con sus dedos sucios de nicotina sobre la formica del escritorio, mientras ponía su mejor cara de tipo sagaz al que le aburren las cosas cotidianas y simples, mientras yo completaba formulario tras formulario.
Cuando terminé la última planilla, el oficial abrió con gesto altanero la gaveta de su buró y arrojó sobre el escritorio un mazo de fotografías. Miré con estupor el legajo de imágenes horripilantes, luego a la cara ahora impasible del inspector de policía. Las imágenes eran realmente truculentas, espantosas en su ridícula morbosidad, la muerte siempre es terrible, espantosa. La muerte siempre se regodea en nuestros más recónditos espacios, pero lo que tenía ante los ojos era inigualable.
Las fotos sobre la mesa, abiertas en abanico. En la primera foto se ve el cadáver desde arriba, gordo, blanco, desnudo, las nalgas al aire, rodeado por el halo oscuro de la sangre, la cabeza deshecha, fragmentada, los sesos sobre el pavimento, los brazos abiertos como si quisiera volar o abrazar el asfalto. En el ano la pluma blanca, al lado del muerto un velo de novia manchado de sangre.
En la segunda foto, lateral, el cuerpo se ve aplastado, como sumergido en la calle, la pluma erguida entre los glúteos. Otra foto lo muestra en un ángulo incomodo, poco natural, como si estuviera realizando una parada de manos. Las fotos comienzan a deformar la escena, esa otra de close-up le da un toque terrorífico, un rostro abotagado, aplastado, sin frente, con un racimo de masa encefálica desbordada del cráneo.
Otra del velo de novia manchado de sangre, la siguiente, la pluma victoriosa, terrible, emergiendo entre dos moles de carne. Fotos del edificio donde estuvo el antiguo gimnasio de Barmen y una vista del techo de donde se arrojó la víctima.
El oficial debió notar mi espanto. De alguna forma, no era lo mismo ver al Morsa hecho un reguero de sesos y sangre, con todo que fue mi director, pero era un extraño, un bueno para nada, un borrachín, que ver a tío Federico destruido, burlado, un estudioso como él, muerto en una calle extranjera. Federico Van Haar uno de los descendientes de Federico Engels, Federico Van Haar Caballo de Engels, Federico Van Haar Maestre de la Logia El Loto Rojo y uno de los más grandes estudiosos de la doctrina espirita y de la vida del famoso líder del proletariado. Filósofo, babalao, teósofo, palero, espiritista y Engeliano. Mi tío, mi sangre, roto en medio de una calle sucia de barro.
De los labios finos e incoloros del policía, brotó algo así como un ladrido de conmiseración, o sabe Dios lo que quiso decir, porque el traductor, mucho más avezado en estas lides, no podía abrir la boca y su mirada viajaba del inspector a las fotos y de las fotos a mí y regresaba de nuevo a las fotos en una especie de perpetum movile.
Cuando abandoné la comisaría algo había cambiado, tenía la sensación de que algo inexorable e inevitable había ocurrido. Ya no podría jamás ser el mismo.
Caminar por una ciudad como Wuppertal, por sus calles antiguas, por las proximidades del río, lugares por los que quizás caminó alguna vez nuestro célebre antecesor. Caminar por esas calles de incógnito, con la tentación de gritar, ¡Yo soy un Van Haar! ¡Un pariente del famoso fundador del Marxismo, Federico Engels! ¡Soy primo de Engels!
Aunque el apellido no le había dicho nada al comisario de policía, ni al traductor, ni al forense, ni a ninguno de los funcionarios que habían tenido que ver algo en este proceso. Parecería que nadie en esta ciudad se acordaba de la familia Van Haar.
Según mi infeliz tío, nosotros descendíamos de uno de los hermanos de Federico padre. En la familia nunca se había dicho semejante cosa, para nosotros la historia empezaba con el tatarabuelo Van Haar, llegado como cientos de emigrantes más a buscar fortuna a la entonces prometedora ciudad de Cienfuegos.
Justo a tiempo para que en 1895 nuestro bisabuelo Federico Van Haar Rodríguez, se ganara los grados de capitán en la manigua insurrecta, peleando contra España y tuviera siete hijos, uno de ellos nuestro abuelo, único sobreviviente a las maniguas, a la guerra, al hambre, las enfermedades y a la reconcentración de Valeriano Weyler
Caminar por las márgenes del río, por la zona vieja, por el valle de Wupper, donde es posible imaginar a tío Federico buscando un trazo, una partícula de aquel aire, de aquel aliento de las máquinas hilanderas, de aquel olor a aguardiente, tizne y sudor. Al tío Federico en busca de alguna huella, de alguna sombra de aquellos tiempos, de algún espectro que le delatara un detalle interesante, un indicio, una nueva pista para alumbrar las zonas oscuras de su admirado pariente.
Del tío Federico en busca de su propia muerte en una callejuela de la antigua Barmen. De la muerte que no se conformó con matarle y le dejó en aquella pose de las fotografías, la muerte que le sumió en la más horrenda mascarada, que le expuso a la curiosidad y al ridículo. La imagen de las fotos en manos de la policía, que no entiende porque vino a buscar tal muerte a Wuppertal ese Van Haar Pérez.
Esa policía demasiado apurada por resolver todos los trámites legales y cerrar el fastidioso expediente. Esa policía en el fondo divertida con la pose ridícula del muerto, ese muerto desconocido, extranjero, que nadie llora, que nadie reclama, solo ese fastidioso sobrino aparecido a última hora, empeñado en que le den respuestas que ellos no tienen y que al parecer, no quiero ser injusto, pero, tampoco les interesaba mucho obtener.
No podía hacer otra cosa que tratar de averiguar que pasó, convertirme en un Maigret, en un Poirot, en un Holmes, en un Carvalho, en un Perry Mason, en un Philip Marlowe, en un Pete Anglish, en un Ted Carmady, tenía que averiguar lo sucedido con tío Federico aunque para eso tuviera que virar al revés Alemania, Europa, Cuba, y todas las Antillas.
Caminé por las calles viejas, sin tener noción del tiempo. Me sobrecogió un cansancio infinito, sentí deseos de tirarme en la hierba para descansar. Dos castaños altísimos inclinaban sus copas he invitaban a olvidarlo todo y admirar su magnífico follaje. Un anciano arreglaba unos setos en un pequeño parquecito.
El viejo jardinero podaba las ramas, en esa arte de arreglar, de adulterar, de convertir a los árboles en monótonas figuras, en adefesios, en necias reproducciones del mal gusto humano. Le contemplaba trabajar desde uno de los bancos del parque, cuando vi una figura gris que se acercaba lentamente. El hombre se sentó a mi lado en el banco. Había algo conocido en su rostro, un aire familiar, había algo en el individuo que no lograba precisar, que lo hacía cercano, cotidiano. Barbado, de cabellos que clareaban peinados con la raya al lado izquierdo, entradas pronunciadas, ojos tristes, melancólicos, muy expresivos, frente despejada. Vestía un traje oscuro, anticuado. Sacó un libro de carátula roja, un viejo libro de cubierta arruinada, a punto de deshacerse. Lo hojeó con cuidado luego lanzó un profundo suspiro y lo cerró, El Capital, Carlos Marx, (en letras doradas). Seguía pareciéndome conocido, pero no lograba precisar de donde, esos ojos limpios, esa mirada tan parecida a la del Che de las fotos, al Che de las camisetas, de los llaveros y de las pancartas.
Era un hombre común, un hombre como tantos otros sentado en un parque de cualquier ciudad del mundo. Se puso a contemplar los castaños y yo regresé a mi jardinero encorvado, que podaba los setos sin misericordia.


II

Todo comenzó el otoño pasado. Empecé a escribir una carta de suicidio dirigida a mi madre. No encontraba un sobre donde guardar la nota. Todo buen suicidio debe llevar una nota explicativa, una carta que explique las razones que se tienen para abandonar la vida. Toda nota tiene su estilo y había estudiado durante semanas las más famosas notas de los más célebres suicidas del mundo, las hay dramáticas, barrocas, románticas, rabiosas, religiosas, cobardes, socialistas, como esas de Muero por el comunismo, las hay de negocios, protocolares, diplomáticas, groseras, homosexuales, las hay familiares, técnicas, profesionales, elegantes, modernas y postmodernas. Elaboré mi nota en el más puro estilo técnico, bien precisa y escueta, solo con la información necesaria para los interesados. Luego de mucho buscar, encontré en el fondo del armario un sobre amarillo y un sello.
Odio lamer la goma de los sobres, pero en este caso no servía de nada, de la cola del sobre y del sello sólo quedaba una franja ocre cristalizada. El sello era de 1970, con un cosmonauta soviético de cara sonriente que mostraba un diente lunar forrado de aluminio.
Hacía demasiado calor, tenía sed. El refrigerador desconectado, mostraba un enorme charco de agua maloliente a su alrededor. Hacía tiempo que no lo limpiaba y esa misma mañana decidí descongelarlo.
Fui a la cocina y bebí agua de la llave, un agua tibia con sabor a hierro. De regreso a la sala tropecé con el teléfono, también desconectado. Lo cierto es que sólo llamaba mi madre y a veces algún fantasmagórico equivocado, por lo que decidí prescindir de él la mayor parte del día y de la noche
Guardé el sobre en la gaveta del escritorio junto a un paquete de amitriptilinas.
Existen muchas formas de morir. Hay un tipo de suicida que siempre busca una forma original de abandonar el mundo, este suicida ególatra puede llegar a inventar las forma más disparatadas de dar cita a la muerte, los ególatras son dramáticos, aparatosos, buscan formas de morir que les inmortalice, otros, más apasionados, terminan rápido, como en un rapto de locura, algunos se entregan al placer de morir lentamente, disfrutan cada segundo, otros se castigan, se hacen el mayor daño posible, hay suicidas que se despiden de la vida en danza con la muerte, en un baile lúbrico y se van como en un orgasmo, los menos la emprenden con la vida, se vengan de ella, la niegan con un furor que los destroza y destroza a cuantos están cerca, buscan compañía en su viaje al cielo o al infierno. Claro están también los fanáticos religiosos, los políticos, esos que se inmolan por una idea y se echan gasolina por encima y se convierten en antorchas humanas o se transforman en bombas andantes y se lanzan contra los enemigos.
Como quiera el suicidio es un acto liberador, creo que el hombre nunca es más libre que cuando decide terminar con su vida. Alguien dijo que el hombre no podía escoger cuando nace pero si cuando muere. El suicida no es semejante a un dios, es el antidios, la negación del principio creador, se mide de tu a tu con los dioses, nunca es más grande, ni más único, ni más fuerte.
Podía escoger muchas formas de morir, mi acto sería como una especie de venganza contra todos, en primer lugar contra mí. Podía lanzarme del balcón a la calle, cortarme las venas, beber algún veneno, ahogarme en el tanque de agua de la azotea, matarme de un hartazgo, como el personaje de la novela de Joyce Carol Oates, Gente Adinerada.
Abrí la puerta del balcón. La calle C estaba desierta. No era lícito hablar de un balcón exactamente, un pequeño rectángulo de cemento no merecía tamaña designación, pero es que todo en ese apartamento es un eufemismo, llamarle apartamento a semejante cubículo es de por sí un dislate, un cuartucho donde apenas cabe el sofá -cama, un armario, el refrigerador y el escritorio, un minúsculo baño, una cocina de muñecas y el rectángulo de cemento -balcón.
No soplaba ni la más leve brisa, los edificios, el Focsa gris y melancólico y el Habana Libre, parecían arder por la calina. Reverberaba el mar a lo lejos, el calor era malsano, irritante, ese calor de la Habana en septiembre, cargado de humedad, se pega como una lapa a la piel y no cree en remedios de ningún tipo. Los ventiladores lanzan un aire opresivo, pegajoso y el agua sale caliente de la ducha.
El balcón es uno de mis puntos de observación preferidos, desde el se puede contemplar una parte del Vedado. Como queda al fondo de un grupo de edificios, desde allí se aprecia un pedazo de mar, algunas calles laterales, pero sobre todo el traspatio, la parte trasera de las casas y de los edificios. Es una posición privilegiada pues casi nadie cuida la cola, las personas prefieren cuidar el frente y descuidan la espalda. La gente es más autentica cuando cree que nadie las observa. Desde aquí puedes ver, al azar, a la vecina hermosa, en una ventana iluminada, mientras deja que su perrito le lama los pezones y el sexo, al famoso escritor andar de un lado al otro de su cuarto rascándose el culo y examinándose luego detenidamente las uñas, escuchar al camarada más ortodoxo hablar mal de esa cosa – seguro marciana- llamada fricandel, del aceite apestoso, de los huevos que nunca llegan, del café que no es café, de la leche que hay que comprar en el marcado negro a 25 pesos la libra, hablar de las colas, de los apagones, de la guagua que no pasa, de las elecciones, de la libertad de expresión etc. Ese mismo que mañana de frente, defenderá a capa y espada todo lo que negó y negará todo lo que afirmó.
Desnudo, acostado en el sofá, permanecí inmóvil varias horas, contemplando las figuras que en el techo traza la humedad. Sudaba como un animal, como un machetero, como un negro de esos que estiban los sacos de harina en el puerto, enormes, cubiertos de polvo y sudor, sudaba como mi ex novia Susana cuando hace el amor, como Nikita Jruchov cuando la crisis de los misiles, como Pello el Afrocán, como Fidel Castro cuando su caída en Santaclara (dicen que fue el Che quien le puso la zancadilla) como Gorbachov en La Habana (cuando vino con su Perestroika), como María Caracoles bailando mozambique, como los tanguistas rusos en Camagüey, como Sadam mientras entraban en Bagdad los americanos, como los Papines en el Olimpia, como Clinton y Mónica en la Casa Blanca, como Alfredo Rodríguez, como Barry White, sudaba copiosamente, asquerosamente, sudaba como un esquimal en África, como el chofer de un bicitaxi Prado arriba.
El silencio que sentí cuando me desperté es de esos que presagian los grandes cambios. Desperté más relajado y más dispuesto a morir de inmediato. No enviaría la carta por correo la dejaría sobre el escritorio, bien visible, junto a la herrumbrosa máquina de escribir que heredé del abuelo.
Fui al baño y me afeité cuidadosamente, tenía cara de mal sueño y unas nuevas arrugas se insinuaban en la frente, quería estar peinado, presentable y limpio para abandonar de una vez por todas este mundo.
Tomé la primera amitriptilina con un trago de ron, al minuto la segunda, luego seguido la tercera. Me acosté en el suelo para evitar la posible caída, el desplome. Debía comenzar a sentir al menos sueño, pero no, sentía una especie de fatiga, una dejadez no desprovista de placer. Tomé la cuarta con un largo trago de ron, podía ponerme de pie, no sentía nada, podía andar sin problemas, fui a la cocina y abrí la llave del gas, cerré todas las ventanas.
No tenía deseos de esperar eternamente la muerte, otra tableta, sentí un ligero desfallecimiento, tuve que sentarme en una silla, quise ponerme de pie pero podía caer, bebí dos de un viaje.
El tiempo se detuvo. Apenas veía, estaba paralizado, pensé que podía caerme de la silla y efectivamente caía al suelo. Todo estaba lejos, ajeno, tuve fuerzas para tomar otra pastilla, mi cabeza chocó contra la pared de la cocina, dolía, sentía dolor, la sangre por la cara, miedo, angustia y luego nada.
Tosí y desperté, abrí un ojo, ¿Estaba en el otro mundo? Cerca de la cama un hombre joven en bata blanca.
- Todo esta bien no se preocupe, está en el hospital y ya rebasó, le debe la vida a su vecino, él le descubrió enseguida por el olor a gas, sino no hace el cuento.
El médico sonrió y me extendió la mano.
- Dr. Enríquez para servirle
Dijo que le debía la vida al vecino, pero el apartamento de al lado permanece vacío desde hace varios meses, vacío y sellado. Desde que sus propietarios se marcharon al norte no habita nadie en él.
- ¿Dónde está?
- Allí, voy a avisarle.
La enfermera regresó con un hombre alto, muy trigueño, vestido con pantalón militar de camuflaje, camiseta negra con la imagen del Ché y sombrero militar calado hasta las orejas, de los que usan los guardafronteras y los soldados del EJT.
- ¿Por qué?
- Gracias
Se arrodilló junto a la cama.
- ¿Cómo pudiste hacer algo así?
Poco a poco comencé a ver entre la niebla de mi memoria, oscurecida por el efecto de las pastillas a un rostro conocido.
- ¿Aldo? ¿El Kamikaze?
- El mismo.
- Dentro de poco volveré a tomarle la presión.
Dijo la enfermera. Tenía dolor de cabeza, un ligero mareo pero en general comenzaba a sentirme cada vez mejor. El kamikaze, el amigo de la Universidad, el dirigente estudiantil, el vanguardia, el que un día, para sorpresa de todos, abandonó la Universidad y se marchó voluntario a Angola, a la guerra. Desde entonces, no habíamos vuelto a saber de él. Le decíamos Kamikaze porque siempre se lanzaba a cumplir cualquier tarea, sin preguntar razones, ni dudar un instante. Era el primero en arrojarse de cabeza a la piscina (habíamos recibido la orientación de que todos teníamos que ser buenos nadadores), el primero en subir las lomas cuando íbamos de campismo, el primero en cruzar un río. Ahora estaba frente a mí y resulta además que le debía la vida.
- ¿Te graduaste?
- Si me gradué.
- Entonces eres todo un ingeniero mecánico.
- ¿Y tú, que hiciste con la vida?
- Ya ves.
Ya ves no significaba nada, vi una sombra oscura en sus ojos y no insistí en el asunto. A los pocos días abandoné el hospital, ya completamente recuperado, el salvador y antiguo camarada de estudios, se encargó de conseguir un taxi y de acondicionar la casa para el regreso.
Resulta que se había colado de forma ilegal en el apartamento y ahí vivía desde hacía un par meses sin ningún problema. Ahora era el vecino más cercano y se encargaría de ayudarme a enderezar la vida. Eso dijo, con aires de superioridad, durante el viaje de regreso en taxi.
La habitación la encontré meticulosamente arreglada, todo bien limpio y organizado, el refrigerador ronroneante, el sofa-cama en orden, la ventana abierta del balcón dejaba entrar un torrente de luz.
- Deja siempre las ventanas abiertas, deja que penetre la luz, Lenin era amante de la claridad, era un ser de luz, decía la luz es la esencia de todas las esencias.
En la pared, tras el escritorio, colocó una foto de Federico Engels, se la señalé extrañado.
- ¿Y esa foto?
No respondió, se quedó unos instantes contemplando al barbado líder de los obreros y luego dijo con sorna.
- Tengo que ayudarte, veo que estos años difíciles han hecho mella en tú espíritu revolucionario.
Puso su mejor cara de preocupación, yo le respondí con la mía. Fue al refrigerador y sirvió agua fría para los dos.
- Yo me ocuparé de ti amigo, te ayudaré, no te preocupes por nada.
El agua fría era una delicia, bebí con placer el líquido. Aldo miraba al techo, su expresión se había endurecido en estos años, aun le recordaba, austero, disciplinado, siempre dispuesto a ser el primero en dar el paso al frente, ahora sin el sombrero pude ver una cicatriz que le afeaba la sien derecha. La mirada de Aldo tenía ese toque especial de los iluminados, esa sequedad de los convencidos, la seguridad de los creyentes, esa frialdad de los fanáticos, de los miembros de ciertas sectas apocalípticas, de algunos grupos de predestinados, de elegidos. Sentí temor ante esa mirada.
- ¿Sigues siendo fiel Raúl?
- Claro.
El claro no lo convenció mucho, estuvo largo rato taladrándome con los ojos. Luego esbozó una sonrisa maligna.
- ¿Estás con esto Raúl?
- Si, claro.
- ¿Seguro?
No le respondí, entonces se lanzó a una larga explicación sobre las traiciones, los pusilánimes, los vendidos al imperialismo internacional, luego concretó y
- ¿No ves lo que ocurre a tu alrededor? El proletariado y la riqueza son contrarios, cito a Carlos Marx, no ves lo que ocurre, ¿A donde fueron a parar la austeridad, la modestia, la pobreza, la igualdad, el espíritu de sacrificio, el colectivismo, la solidaridad, la fidelidad al líder? A un solo lado, mientras el otro rinde culto al dólar, se enriquecen a cuenta de nuestra pobreza, son lacayos de los extranjeros, pasean sus autos modernos fabricados en Europa y Japón, visten a la moda, exhiben a sus mujeres de lujo, a sus putas de 100 dólares, viven en los barrios que quitamos a los burgueses, viajan al extranjero, cultivan la gula, medran a cuenta del Estado de los trabajadores y usan el sagrado nombre para engañarnos y trepar. ¡Hay que hacer la Revolución de nuevo! El Estado Proletario: Recuento y Control, como decía Lenin, todos los ciudadanos se transforman en empleados asalariados del Estado, constituido por los obreros armados y los obreros armados no son pequeños intelectuales sentimentales, y no permitirán que se bromee con ellos. Hay que reconstruir el Estado Proletario tal como dijo Lenin, el Estado que nos han robado los traidores, los funcionarios corruptos al servicio del imperialismo. Toda la sociedad no será ya más que una gran oficina y un gran taller con igualdad de salario e igualdad de trabajo.
Hizo una larga pausa como sopesando lo que diría a continuación, yo lo miraba con asombro, ¿Había enloquecido? ¿Qué estaba diciendo? El se percató de las miles de dudas reflejaba mi rostro en esos momentos.
- Se que tendrás muchos de recelos, seguro que piensas que estoy loco, pero no lo estoy, estoy más cuerdo que nunca, se trata de la causa, hermano, de la más sagrada de las causas.
Sacó de su mochila un cuaderno forrado con papel rojo, lo puso junto a su pecho.
- Tenemos un grupo, un grupo selecto de personas. Confiamos en ti y en tu discreción. Mi presencia cercana no ha sido pura casualidad, hace tiempo te observamos, seguimos cada uno de tus pasos, no sabíamos cuan desesperado estabas por la situación imperante en nuestra patria. Tu tío Federico Van Haar, tuvo esa noche una revelación, en nuestra sesión Engels, si Engels no te asombres, no pongas esa cara, ya tendrás tiempo de verlo con tus propios ojos, le advirtió corrías peligro y recibí la orden de acudir inmediatamente y brindarte ayuda, lo que te salvó la vida. Solo los cristales se rajan, los comunistas mueren de pie, recuerda siempre nuestro lema.
Ahora si no tenía la menor duda de que Aldo estaba completamente orate, ¿Qué sandeces eran aquellas? Una secta espiritual, una logia secreta, una fraternidad de chiflados, que según él, pronto se extendería al resto de América y del mundo. ¿Qué insania era aquella? Un grupo secreto dirigido por tío Federico, un tío al que apenas conocía, la oveja negra de la familia, el increíble Federico al frente de un grupo de locos, fanáticos o que se yo, que se consideraban Caballos de los fundadores del Marxismo, que eran poseídos por ellos, un grupo de personas, posesos, locos de remate que pretendían hacer la Revolución Mundial
Aldo Kamikaze ofreció el cuaderno rojo con sumo cuidado, como si tuviera en sus manos algo muy delicado.
- Te entrego este cuaderno sagrado a nombre de nuestro Maestre Federico, Caballo de Engels y descendiente del fundador del Marxismo.
Luego explicó que ese era el Libro Uno, compilación de las frases geniales de Marx, Engels, Lenin, Mao, Stalin y Fidel, que luego, si decidía entrar a la secta, cosa que aconsejó no debía rechazar luego de conocer todo lo que él me había confiado, había una clara amenaza en el tono, entregarían el Libro Dos, con los reglamentos de la secta y cuando alcanzara el grado de Caballo me confiarían el Libro Tres o de la Revelaciones con las frases recibidas por Federico directamente de Engels.
Quise aclararle que la causa del intento de suicidio no tenía que ver directamente con la situación del país, que era fruto de: frustraciones, fracasos, cobardías, etc. Yo era un desastre, un inadaptado, un incapaz, nada de lo que emprendía daba resultados.
Aldo se puso de pie.
- Nos vemos más tarde, piensa lo que te dije, te doy un día para que respondas, si dices que si, como espero, yo seré tu guía.
Y se marchó.
No sabía que pensar, que paso debía dar, la amenaza era clara, debía averiguar la realidad de aquello o si era fruto de la mente enfermiza de Aldo Kamikaze. Lo primero era indagar como encontrar al tío Federico y aclarar con él tanta locura. Asomado al balcón contemplé la Habana, esa ciudad infinita, ardida por el sol. Unos niños acompañados por la maestra cantaban bajo el balcón.
Un cielo azul y un redondel
Es el dibujo de un niño...

Wuppertal, Alemania dic. del 2002
Querido sobrino:
Lamento profundamente haber tenido que marchar lejos de Cuba sin disfrutar del placer de estrecharte en mis brazos, hace tanto que no nos vemos, pero tareas de suma urgencia me convocan a esta, nuestra madre patria.
Guiado por el deber de investigar la vida de nuestro tatarabuelo, estoy aquí, en su tierra, lejos del calor de nuestra patria gloriosa. Espero que mi sacrificio no sea en vano y logre alumbrar al mundo con la historia real de ese gran hombre que fue Federico Engels. Te escribo y de solo mencionar su nombre sagrado, siento como duelen en mi pecho todas las injusticias que en el mundo se comenten, en mi pecho varonil se convocan los latidos de ese genio mundial.
Quizás te extrañen algunas cosas, quizás te parezcan inusuales, pero estoy seguro, que con la ayuda de nuestro común amigo Aldo, podrás encontrar el camino verdadero y unirte a nosotros en esta gloriosa obra de redención. El te guiará y te ayudará, escúchalo con confianza, déjate guiar, confío en ti y en tu espíritu de justicia. ¡Únete a nosotros! La batalla final se acerca, se aproxima nuestro Armagedón y pobres de los infieles cuando el ángel rojo como la sangre, derramada, baje al frente de su ejercito con la hoz justiciera en su mano, seguido por nuestros paladines. Con yunke y martillo forjaremos la libertad definitiva del hombre en la tierra.
Un futuro luminoso nos espera, un futuro alumbrado por la esencia del Gran Ser, un futuro construido a fuerza del espíritu y grandeza, con la ayuda de nuestros muertos sagrados
Pronto nos veremos, que tus guías espirituales te conduzcan por el buen camino, que la luz te ilumine.
Recibe un abrazo de tu tío Federico
III
¿Qué demonios era aquello?, la carta del tío venía a confirmar lo dicho por Aldo, pero cuanta insania había en todo eso, temblaba ante la tremenda irreverencia de esos tipos, ¿Quienes eran? ¿Una secta de lunáticos? ¿Además, que tenían que ver, los hombres del materialismo dialéctico, con espiritismo y esas sandeces?
Era un tremendo disparate, fruto sin dudas de la mente enferma de esas personas. Decidí ignorarlos y seguir con mi vida normal, le seguiría la corriente a Aldo, porque a fin de cuentas me había salvado la vida.
Nada cambió, todo seguía igual, lo mismo de siempre, del trabajo a la casa, de la casa al trabajo.
Aldo imaginaba que estaría trabajando en alguna empresa importante o algo así, pero no, de eso nada, nada de embarrarse uno de grasa, andar con hierros, motores, nada de trabajar como un mulo por cuatro pesos en algún CAI, vivir en el Batey de un pueblito perdido en los quintos infiernos. Cuanto cumplí el servicio social en Cruces, dejé el Central Mal Tiempo con todo y su nombre histórico, busqué trabajo en una Casa de Cultura y hasta el sol de hoy, en la Capital de todos los cubanos, en la placa, aquí también gano cuatro pesos, pero no es lo mismo, como el dicho Para pueblo de campo La Habana y para guardaraya la Rampa, para río el Almendares y para paisaje el Malecón. Creo que de los doce que terminamos la carrera, dos están trabajando como ingenieros: Camilo, el sabiondo del aula, está vendiendo helados en el bulevar de San Rafael, Patricia se casó con un sueco, Yenisey trabaja en una T.R.D (Tienda de Recuperación de Divisas), Carlos tiene un taller clandestino de reparación de cocinas de gas, Margot es ama de casa, a Marcos le llegó el bombo y vive en Miami, Francis trabaja en un agro mercado, Orestes despacha combustible en un CUPET, Armando no hace nada, Pedro es ingeniero en un CAI y Michel es ingeniero jefe en una fábrica de motores. Y yo hago como que trabajo en una Casa de Cultura.
Sentía unas ganas horribles de mandar el mundo a la mierda. No había ocurrido nada extraño, era puro odio. Estaba cada vez más irritado, en el fondo debo reconocer que era un niño bitongo, creía saberlo todo de la vida, creía estar curtido por los avatares y problemas y no era más que un niño criado y amamantado por El Gran Padre Protector, protegido de todos los conflictos. Tuvo que llegar la muerte, tuvo que rondar con su carga de absurdo, crueldad, cinismo y ridículo para que aprendiera a amar la vida. Pero entonces sentía unas ganas horribles de mandar el mundo a la mierda.
Trabajaba en un caserón antiguo, descascarado y sombrío, el jefe era una especie de morsa gorda y colorada, repleta de alcohol. Estar borracho era el orden natural de su espíritu, así, ebrio como una cuba, es como se componía su sobria relación con el mundo, su espíritu era el vapor de los toneles donde se añeja el licor. Nos acompañaban además Edith Piaf, Marlene Dietrich y Teresa. Teresa es demasiado flaca para mi gusto, tengo predilección por las hembras exuberantes, no tanto como las modelos de Rubens, pero con algo donde agarrar, Teresa es una especie de cuadro de Dalí con relojes escurriéndose, frijoles y brazos saliendo de la tierra con música de Erick Clapton.
Lo único interesante del trabajo es que a veces tenía que visitar otros municipios y así descansaba por un par de días de Teresa y la Morsa. También tenía que asistir a reuniones en la Provincia. En la Provincia estaba Clara, ella es un cuadro de Picasso con ojos imprevistos y música charanguera, por ella valía la pena ir a esas reuniones interminables, solo por contemplar esas piernas siempre desnudas hasta bien entrados los muslos, piernas formidables, rotas en unas caderas angulosas, en un torso corto y apesadumbrado, en unas tetas casi invisibles, en una cara de Ericnia y una voz de todos los sepulcros. Solo por esas piernas inigualables, prestadas en ese cuerpo lleno de ángulos, entrantes y salientes, cóncavos y convexos, se aguantaba tanta palabrería, esas piernas no tenían rival y uno se pasaba todo el tiempo sujeto a ellas, embelesado, aprobando resoluciones, acuerdos, puntos de vista, sin escuchar absolutamente nada.
El Morsa no era un mal tipo, era un hombre común, no demasiado exigente con sus subordinados, nos hacía cumplir con las tareas emanadas desde arriba sin mucha presión, lo de él era la curda, el alcohol en todas sus variantes. Llegué a tomarle algo de aprecio, la decisión del suicidio nada tuvo que ver con él, su mandato no afectaba para nada el ritmo interno de mi vida. No se inmiscuía en los problemas de los demás, sólo estaba de mal humor sobrio, entonces si era difícil aguantarle, por suerte, eso casi nunca ocurría. Como quiera que sea, no se merecía la muerte que tuvo.
El día fatal, estábamos tomando café Teresa y yo en la oficina de la Dietrich cuando sentimos un griterío que venía de la calle. Un grupo de personas se arremolinaba justo frente a la entrada de la Casa de Cultura, corrimos a ver que sucedía. El espectáculo era tremebundo, Teresa se desmayó en el acto y la Dietrich quedó, pálida y tan asustada que perdió la voz.
El Morsa yacía en el pavimento, enorme, en una pose extraña, desnudo, en un charco de sangre, con un velo de novia en la cabeza y una pluma blanca en el culo.


IV
A Aldo El Kamikaze lo conocí en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. Era un muchacho tímido y un tanto arisco. Al igual que yo, no era hijo de mártir, ni de comandante, ni de ministro. Era el simple hijo único del conserje de una escuela primaria en la barriada del Vedado. Ambos habíamos obtenido la beca en los Camilitos por nuestros resultados académicos, ambos teníamos 12 años. Para el resto de los muchachos no éramos nadie.
Aldo merodeaba por los pasillos, por el campo deportivo, por el polígono sin establecer contacto con el resto de los alumnos. De tanto vagar por la Escuela, conocía todos los recovecos, los túneles, las cuevas, las trincheras, los refugios de cuando la crisis de los cohetes en 1962 y toda suerte de escondrijos laberínticos. Era su mundo secreto y su refugio.
La vida en la Escuela era dura. Un grupo de niños de 12 años sometidos al capricho de ex sargentos UMAP, con la misión de convertirnos en la vanguardia del Hombre Nuevo.
Aldo tenía que resistir el régimen militar severo y además el acoso de sus colegas que no perdían oportunidad de hostigarlo. Le hacían burlas, maldades de todo tipo, lo golpeaban por la más nimia causa. Era un muchacho delgado, de baja estatura, asustadizo. Cualquier excusa era buena para estar solo, para escapar a su mundo secreto. Esto parecía molestar a los demás. Aldo tenía que limpiar zapatos, saltar como una rana, hacer cuclillas, dormir en el piso.
Un día lo amarraron en el alero, por la parte de afuera de una ventana. Pretendían dejarlo allí, no se cuanto tiempo, como castigo por no querer fajarse con otro muchacho, para divertimento de los abusadores. Llevaba varias horas allí cuando lo vi y desafiando las amenazas del grupo acudí en su auxilio. Al principio pensó que venía a aumentar su sufrimiento y me escupió, tenía los ojos inflamados de llorar, estaba ronco de pedir por favor que lo bajaran de allí. Lo desaté y le ayudé a regresar al albergue. Desde ese día fuimos amigos inseparables.
Aldo pasaba largas horas de excursión por los alrededores. Muchas veces faltaba a clases y eso le traía muchos problemas y más de una vez perdió el pase de fin de semana para ir a su casa. Realmente parecía no importarle mucho ir a ver s sus padres.
La madre era una mulata gorda, de rostro hermoso, rotunda, avasalladora, que de seguro en sus mejores años paraba el tráfico. María de la Caridad Suaznabar Valdés, una de esas mujeres incansables. Su casa era una tasa de oro, según propia expresión. Era presidenta del CDR, financiera de la FMC, cortadora de caña voluntaria, jefa de una brigada de respuesta rápida, presidenta del consejo de vecinos, fundadora del club de danzón de su barrio, donante de sangre voluntaria, activista de vigilancia, auxiliar de la policía, reputada bailadora de casino, espiritista, cartomántica, santera, con fama de bruja en el barrio, etc.
Su única desgracia era haberse casado con un tipo tan y aquí agregaba una sarta de improperios sobre el marido, y tener un hijo tan igual al padre, pero que ella se ocuparía de enderezar. Era mandona, se vestía como una jovencita y hablaba varios decibeles por encima de lo normal. Aldo le temía. Su padre era un humilde conserje, hombre instruido, que leía mucho, viejo militante comunista a quien su mujer acusaba, entre otras cosas, de comemierda tus amigos viviendo la vida y tú con más méritos revolucionarios que ellos comiéndote un cable. María lo trataba como a un trapo y le pegaba tarros con cualquiera. Andaba por el barrio en chores cortos, la tela tensa a punto de romperse por la presión de unos nalgas de película y de unos muslos del grosor de columnas, usaba camisetas sin ajustadores que mostraban sin recato su vientre grasoso y la silueta de unas tetas en franca caída, en los pies unas chancletas de goma adornadas con girasoles, las pasas alborotadas y un vocabulario de carretonero, (pensaba que era muy feminista y muy de revolucionarios hablar así) Se acostaba con el lechero, el bodeguero, el policía, con un capitán del ejército, con un chofer de taxis ANCHAR, con un famoso palero arrimado con su vecina, con todos los amigos del marido y alguna que otra vez intentó hacerlo con los amigos del hijo. El conserje cada vez bebía más y hacía más silencio. Aldo había aprendido a despreciarlo.
Salimos de vacaciones y al regreso nos encontramos a un Aldo algo cambiado. Había crecido un poco, estaba tostado por el sol. A nuestro dúo se unieron tres muchachos: Javier, Alberto y Alejandro. Javier serio y callado, excelente ajedrecista que nos logró apasionar a todos con el juego, era hijo de un comandante de la Sierra,. Alberto era un campesino humilde y dicharachero y Alejandro, el Don Juan del grupo, hijo de un mártir de la Revolución. El aumento del grupo alejó un poco el hostigamiento de los abusadores, aunque estar con Aldo atraía por alguna razón ignota la agresividad de los otros alumnos.
Mis amigos y yo íbamos a jugar algunas partidas de ajedrez a un pinar cercano y él se quedaba un poco alejado, dibujando. Esbozaba constantemente, paisajes y retratos, hizo en poco tiempo dibujos de todos nosotros, de los pinares que rodeaban la Escuela, de las cuevas y trincheras abandonadas. Sus dedos siempre estaban sucios de grafito o de carbón. En su mirada había recelo, nunca dejaba de estar alerta en espera de la burla o el ataque escondido. Solía permanecer callado, escuchando y observando a los demás. Javier le tenía cierto temor. Alberto que había vivido en carne propia el desprecio, a consecuencia de su origen humilde, se desvivía en amabilidades con el enigmático muchacho. Alejandro decía que no estaba bien de la cabeza.
Era difícil entablar una relación amistosa con él, pero con el tiempo, poco a poco pareció que empezaba a confiar en sus amigos. Un día descubrimos que Aldo sabía sonreír y que tenía una risa bonita, risa limpia de niño.
Aldo se hizo inseparable de Alejandro. Como este, comenzó a practicar deportes y pronto le superó en la carrera de resistencia, donde terminó siendo uno de los mejores de la Escuela. Creo que en su competencia particular con Alejandro, descubrió una cualidad que desconocía de si mismo y la desplegó con fuerza, el tesón. Mientras todos dormían Aldo corría y se acercaba día por día un metro más a Alex, entrenaba con pasión, con una constancia invencible, hasta que logró vencerle a él y a todos en la Escuela. Así se aplicó a los estudios y al Ajedrez. A finales de aquel 8vo grado había logrado borrar un poco aquella imagen de muchacho tímido y débil.
Al noveno grado llegó, con un raquítico bigote que los sargentos le obligaron a afeitarse al momento. Ese inicio de curso fue su mejor período en la Escuela. Coleccionó certificados de destacado y hasta le admitieron en las Brigadas Rojas, cantera de la UJC. Sus notas mejoraron y quedó en tercer lugar en la prueba de maratón de los Juegos Inter-Camilitos.
Todo iba bien entre nosotros. Un día el hijo del conserje estaba barriendo la hojarasca del parqueo. Nos tocaba la limpieza y mientras todos majaseabamos Aldo se aplicaba en barrer y nos reñía por nuestro poco entusiasmo, medio en broma, medio serio. Cuando llegó el Alfa Romeo del Padre de Javier. Las visitas del comandante a su hijo eran frecuentes, pero esta vez traía compañía. Le escoltaba un ángel de luz. El ángel descendió del Alfa y anduvo hacía su hermano. Se llamaba Libia y era la hija menor del comandante. Yo nada más tenía ojos para la muchacha, permanecí paralizado, temeroso de que si hacía el menor movimiento aquella aparición se esfumaría. Libia alzó la vista y se detuvo. La belleza de aquel rostro era insostenible, dolorosa, la muchacha sonrió. Aldo estaba como alelado, sujeto a aquel perfil de diosa, ella le dirigió la mirada. Se le antojó ver un amago de sonrisa en sus labios, una sonrisa para él. Aterrado corrió a ocultarse en la antigua torre de control, su escondite predilecto. Y dibujó decenas de veces su retrato.
Desde aquel día el amor por Libia nos alejó y poco a poco nos convirtió en rivales. Terminamos el curso siendo prácticamente enemigos, aunque ninguno de los dos pudo acercarse a más de 10 metros de la muchacha. Aldo dibujaba el rostro de Libia en todas partes, libretas, cuadernos, libros, paredes. Hizo mil intentos, invento incontables pretextos para acercarse a la muchacha, infructuosamente, era imposible franquear la barrera del comandante y lo más importante, Libia parecía no darse cuanta de la presencia y perseverancia de dos adolescentes, esmirriados e insignificantes. No pudimos acercarnos a ella, hasta el día de los 15, en que a instancias del hermano, nuestro socio Javier, fuimos invitados a la fastuosa celebración.
Ese fue mi último curso en los Camilitos, al año siguiente mis padres decidieron trasladarme para un preuniversitario urbano, cerca de la casa. Mis notas durante ese curso habían sido pésimas y los reportes por indisciplina constantes. En una oportunidad mi madre visitó la Escuela y nadie supo informarle donde yo estaba, ese día me había fugado para la cercana playa de Baracoa y mientras mamá lanzaba una tremenda filípica a los sargentos, yo disfrutaba del mar muy tranquilo y confiado en que la fuga había pasado inadvertida. Esa fue la gota que colmó la copa y mis padres decidieron amarrarme cortico.
Me despedí de mis amigos y a Aldo no lo volví a ver hasta varios años después, cuando me lo encontré en la Universidad. A punto de convertirse en el Kamikaze.
V
Después del intento de suicidio y de la propuesta delirante de Aldo, la Casa de Cultura se convirtió en sitio de encuentros con el Kamikaze. En esos días había tenido que abandonar el apartamento que ocupaba ilegalmente. Empezó por dejarme una nota con el Morsa. Nuestro reencuentro en el hospital había sido el 20 de diciembre, el 27 me dieron el alta y ocurrió nuestra conversación sobre la secta y ya el día 28, Aldo dejó la siguiente nota con la Morsa: Estimado camarada, espero que tu respuesta sea la esperada, por este medio te cito hoy a las doce de la noche en el parque Lennon. Desde entonces Morsa se convirtió de mi jefe en recadero de Aldo.
Esa noche sería la cita y yo no había pensado en respuesta alguna para el loco de Aldo, ¿Ir? ¿No ir? Decidí no ir, no tenía por que seguir ese juego tonto de espíritus y aparecidos. Le di las gracias a Morsa por el recado y salí a buscar el camello. De camino a la casa me pareció notar que alguien me seguía, creí ver en algún momento, la figura larga, el uniforme militar de Kamikaze, pero no lo puedo afirmar con certeza.
Parque Lennon, las cosas que tiene la vida. Siempre que paso por él, recuerdo a los hippies cubanos de los 60, con sus pelos largos y sus peace and love y sus pitusas sucios y desteñidos y los collares, escuchando a Los Beatles , a John Lennon, ese mismo que ahora reposa en bronce en uno de los bancos del parque, recuerdo a la policía cargando con sus cascos y sus palos, arrastrando por los cabellos a esos mal nacidos, lumpens proletarios, escoria, desviados ideológicos, que escuchan la música del enemigo y reverencian al capital a esos peluos nihilistas y decadentes y los hippies corren y son arrastrados a los carros y les cortan el pelo ahí mismo maricones que los va a coger la rueda de la historia y ahora el parque se llama John Lennon, pura e inmejorable dialéctica.
Esa noche apenas pude dormir, en varias ocasiones asomado al balcón creí ver entre las sombras de la calle a oscuras a Kamikaze, sentí miedo, un loco como él era capaz de cualquier cosa, puse una silla tras la puerta y entre desvelos esperé la mañana. Amanecí bañado en sudor, sudor de calor y sudor pánico, varias veces creí escuchar una voz que llamaba desde la calle, una voz amenazante. Soñé, en los pequeños raptos de sueño que tuve, con aparecidos, fantasmas, un Engels taciturno, vestido de uniforme militar cantaba De pie América latina...., chequistas de chamarretas de cuero, y una pistola apretada contra las costillas y el fogonazo en la nuca y un cuchillo en el cuello y la voz: Traidor, traidor, traidor, traidor, traidor, traidor, traidor, traidor, traidor.
Al día siguiente dejó otra nota con Morsa:
Confío en ti, creo que algo grave debe haberte ocurrido para no asistir, reitero hoy la orden, lugar parque de Paseo esquina Línea, frente al restaurante Potín, recuerda las siguientes palabras del Manifiesto Comunista Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: La burguesía y el proletariado. ¿De que lado estás? Hay que ser implacables con los enemigos de clase dijo Felix Edmundovich, padre de la CHEKA. Te espero hoy.
Aldo
Nota: El proletariado, la capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, erguirse, sin hacer saltar toda la superestructura de las capas que forman la sociedad oficial.
Marx
Además este tipo citaba frases completas de los clásicos completamente fuera de contexto. Sentí miedo, era mejor asistir y seguirle la corriente a este loco, ya buscaría la forma de quitármelo de encima.
Wuppertal, Alemania, dic. 2002
Querido sobrino:
Saludos proletarios, espero que estés bien, bajo la guía de Aldo, ¿Ya conociste al resto de los camaradas? Confío que sí, ¿Ya puedo hablarte como uno más de nosotros? Alemania es un bello país, lastima que sea capitalista, espero encontrar bastante información sobre Engels, sabes, estoy escribiendo una novela.
Hace mucho frío, aquí la gente es muy amable y colabora con uno en la búsqueda de información. Se que algunos de los principales de allá en la Logia, quedaron disgustados en la última sesión espiritual, esta es hijo mío la causa fundamental del viaje, quiero investigar la verdad, descubrir si es cierto lo que me dijo el muerto, de ser así muchas cosas van a cambiar en Cuba y en el mundo.
Estuve recordando el otro día cuando éramos niños y jugábamos en el Parque Carlos Marx, ironías del destino hoy la misión tiene que ver con él y con Engels, recuerda lo que te digo si da frutos la investigación muchas cosas van a cambiar.
No te imaginas lo que significa para mi estar aquí, en la tierra de Engels, recorrer las calles por donde anduvo, tocar la reja del gimnasio donde estudió, acariciar la fachada de su casa, la casa donde nació el 28 de noviembre de 1820, en Barmen, centro de la industria en el río Wupper. La parte del valle del río que incluía Barmen y la vecina ciudad de Elberfeld le fue dado el nombre oficial que hoy ostenta de Wuppertal.
Federico presenció desde niño las graves privaciones que sufrían los obreros, la irremediable miseria que padecían los trabajadores. Los artesanos se veían obligados a trabajar de sol a sol para competir con las fábricas, el desarrollo capitalista trajo para Wupper miseria y explotación, la burguesía de Barmen y Elberfeld explotaba a los trabajadores al máximo, gozaban de mucha fama los artículos producidos en Barmen, cintas, encajes, cordones y torzales. Pero los trabajadores no gozaban de los frutos de esa fama.
Ante los telares no solo se afanaban hombres y mujeres sino también niños solo en Elbelferd trabajaban casi la mitad de lo niños en edad escolar.
Muchos obreros buscaban consuelo en el aguardiente, contaba Engels A fines de los años 20 la baratura de aguardiente se extendió de repente a la comarca industrial del bajo Rin. En Berg y en especial en Elberfeld-Barmen el grueso de la población obrera se entregó a la borrachera. Muchedumbres de hombres bebidos vagaban mano a mano, inundando toda la calle de una taberna a otra, desde las nueve de la noche.
En ese ambiente creció Federico, es verdad que cientos de jóvenes burgueses se criaron igual que él en el valle de Wupper, pero se requería de una sensibilidad especial para oponerse a ese estado de cosas y alinearse al lado de los pobres, además, como médium, se por mis estudios, que en vidas anteriores. Federico fue Tersites desafiante del castigo y la prepotencia de los aristócratas, ya antes fue el campesino Amú enfrentado a los invasores Egipcios en la Nubia y fue Addusakis en Asiria, luchador contra la esclavitud y Cátulo Petronio muerto en el Circo Romano por defender a los cristianos perseguidos por Nerón
Nuestro líder desde pequeño se propuso acabar con aquella injusticia y cambiar el orden de cosas existente. Como todo hombre superior y más especialmente si es de espíritu creador, tenía esa inquietud que hace marchar siempre hacia delante. “Esa inquietud que mora en todo corazón elevado que se atormenta” (Dostoievsky)
Desde que Camilo Desmoulins hizo saltar la Bastilla, desde que aquel abogado de Arras, Robespierre hizo temblar a los reyes y los emperadores con la fuerza de sus decretos, desde que aquel teniente desconocido, Bonaparte, cambió a su antojo el mapa de Europa, desde entonces sonó la hora de los audaces, desde aquel momento los pobres decidieron salir a la palestra y ponerse la corona.
Aldo es un excelente camarada, bueno tú le conoces bien. Sabes de su integridad y entrega a la causa. Es de los que sufren en pecho propio cualquier injusticia cometida contra cualquier hombre. En sus ojos refulgen la hoz y el martillo, en sus brazos robustos de combatiente, descansa confiada la sagrada idea. (Perdona la lírica pero sabes que me gusta la poesía)
No descuides tu formación, déjate guiar por los camaradas por el sendero de la luz y el progreso. Que la paz del Grande entre los grandes sea contigo.
Federico.


VI


Decidí encontrar esa noche a Aldo en el parque de Paseo y Línea en el Vedado. El viejo parque de mi infancia seguía más o menos igual, los bancos de madera pintados de verde, los árboles de boliches rojos, la brisa refrescante que llegaba directa del Malecón. Nada más faltaban las parejas, los ancianos y algunas tablas de los bancos. Este lugar, hace unos años, se llenaba de parejas de enamorados, era sitio preferido de viejitos que venían a refrescar del calor y ha contarse sus cuitas, ahora no había nadie, el parque estaba desolado, sin vida. Los recuerdos se sucedían uno tras otro, a ráfagas, el parqueo de la casa Potín donde jugábamos pelota, la cafetería de interminables colas para comerse un plato frío (dos croquetas y un pastelito) y tomarnos una guachipupa de fresa. Frente al Potín, el cine Trianón, con sus largas colas para ver la película Palomo Linares, las aún más largas para ver La vida sigue igual, de Julio Iglesias, que logré ver 16 veces, una de mis tías la vio 36 y una vecina se jactaba de haberla visto en 64 ocasiones. La de veces que nos colamos en el cine para ver El Monumento, -prohibida para menores-, o Cera Virgen, escenas de un mundo lejano e inaccesible. Eso que veíamos era el Afuera, otra galaxia donde no existía lo cotidiano, el día a día cargado de “amenazas americanas”, escasez, apagones, trabajos voluntarios, reuniones. Entonces nada mejor que ir a llorar al cine.
El parque hoy producía una extraña impresión, una sensación de vacío, de lejanía. Llevaba unos veinte minutos sentado en un banco cuando Aldo apareció de golpe, parecía obra de magia. Vestía camiseta negra, pantalones de camuflaje, botas altas y boina, recordé a uno de esos comandos de las películas de guerra, nada más le faltaba tiznarse la cara.
- Leíste el Libro Uno.
- Si.
- ¿Cuál es tu respuesta?
- Acepto.
Aldo no pudo ocultar la alegría de su rostro, yo le había mentido, no leí el libro y no tenía ningún deseo de pertenecer a la secta loca, pero sentí miedo, un miedo visceral, angustioso, de Aldo se desprendía una fuerza maligna, un magnetismo que atraía y contra el que nada se podía hacer. Sus ojos penetraban dentro con una fuerza temible, escudriñaban en el alma con la serenidad de los devotos, tenían esa frialdad, ese fuego helado de los fanáticos. Dijo varias veces camarada, camarada, camarada con tono cariñoso, luego retomó el aire marcial y dijo:
- Te esperan tareas complejas y difíciles, nos enfrentamos por un lado al capitalismo internacional y por otro a los traidores, a los que han olvidado los principios, contra esos hay que ser duros, implacables Una Revolución no se hace con guantes blancos, hay que arrancar de raíz los males que pudren nuestra sociedad. Hoy es tu iniciación, hoy comenzamos tu entrenamiento. ¡Levantemos el estandarte de la guerra civil!
Sacó del cinto un largo cuchillo comando.
- Toma esta será tu primera arma, el arma que te da la Revolución Mundial, la verdadera Revolución que comienza, ahora sígueme.
Oculté el arma bajo la camisa. Por la acera discurrían un grupo de mujeres, hablaban de cierta obra de teatro que acababan de ver en el Trianón. Una trigueña desgarbada, trataba de ocultar su risa nerviosa apretándose un pañuelo contra la boca, le sobrevenían accesos de risa que ponían al descubierto sus dientes demasiado largos, su compañera más cercana, estaba roja por la sofocación que le producía alguna cosa, que otra de las señoras contaba por lo bajo. Se interrumpían las unas a las otras y así se alejaron ignorando todo lo que no tuviera que ver con sus anécdotas de lo acontecido en la obra. Un señor que pasó se detuvo a mirarme un instante como si me conociera, tenía la impresión de que todos sabían que ocultaba un arma en la cintura, Aldo caminaba con total seguridad, sus pisadas eran firmes, marciales, como si estuviera en una parada militar.
Bajamos por todo Paseo hasta el Hotel Cohiba, un Cadillac, frente al Habana Café, se ponía en marcha entre vítores, aplausos, gritos y desmayos de un nutrido grupo de mujeres, el auto pasó por nuestro lado alumbrando con sus faroles la avenida, el Benny lanzó un último saludo a sus fanáticas y se perdió en la oscuridad del Malecón. Un grupo de putas se paseaba por la oscuridad de una de las calles laterales del Hotel, la cara de Aldo se contrajo, pude sentir la tensión de su cuerpo.
- Ahora.
Ordenó en voz baja y se lanzó a la carrera contra un grupo de Putas y chulos que conversaban bajo un árbol, la sorpresa le permitió tomar ventaja y derribó con un golpe certero de Kárate a uno de ellos, otro quiso oponerse y fue lanzado contra la pared del hotel, un tercero se alejó sangrando, los demás huyeron. Una de las muchachas no pudo correr, sus zapatos de tacón muy altos, le impidieron la huida, se le torció uno de los tobillos y la chica cayó al suelo. Aldo se abalanzó sobre ella. Yo estaba paralizado, todo ocurría tan rápido que no pude reaccionar. Sujetó a la joven por los cabellos, luego la tendió en el suelo boca abajo y le puso la bota en la espalda.
- Puta de mierda, escoria capitalista.
La muchacha estaba aterrorizada, era bella, muy joven, la minúscula minifalda se le había enrollado a la cintura, Aldo presionaba con el pie sobre la espalda y la chica empezó a llorar.
- Por favor no me hagas daño, por favor policía no me hagas daño, yo no estaba haciendo nada.
Aldo ordenó con frialdad
- Raúl, ahora es toda tuya.
No sabía que hacer, actuaba como un autómata, de pronto me vi con el cuchillo en la mano acercándome a la muchacha como si no fuera yo, en ese momento solté el cuchillo. Aldo lo recogió y comenzó a cortar la ropa de la joven, ella lloraba y Kamikaze la dejó completamente desnuda, la ropa hecha jirones a sus pies.
- No te quiero más por aquí, ni a ti ni a ninguno de tus amigos. Ah y no somos policías, somos revolucionarios.
Abandonamos el lugar sin que nadie intercediera o nos lo impidiera, sentía una vergüenza profunda, sentía vergüenza por mi cobardía, sentía vergüenza porque callaba ¿Revolucionarios?
Yo no era un revolucionario, no creía en esas cosas, era un cabrón pequeño burgués, un nihilista, un desviado ideológico, como muchas veces me tildaron en la escuela, pero no era un fascista.
Aldo era un cabrón estaliniano de la peor especie, un maoísta, un polpotista. La sangre me hervía pero no dije nada. Era un cobarde, tenía miedo, terror. Le seguí por todo Malecón hasta calle G, en silencio, allí se detuvo en el monumento a Calixto García.
- Este si era guapo, se dio un tiro para no caer en manos de los españoles. Toma tu arma, en otras circunstancias te mando para una corte marcial, por ser la primera vez te perdono, eso se debe a tu blandenguería, estudia el Libro Uno y eso templará tu espíritu. Es necesario educarte sistemáticamente en la idea de la Revolución violenta, esta es la base de toda la doctrina de Marx y Engels. La violencia –lo dijo Marx y lo recuerda Engels- es la partera de toda vieja sociedad a punto de dar a luz una sociedad nueva. Ante los enemigos no puede temblarnos la mano, a esa escoria hay que darle lo que se merece, hay que sacarla de nuestras calles para que no echen a perder a nuestros niños.
- No creo que apaleando putas se resuelva algo, al final, ellos son la consecuencia y no la causa.
- Tienes razón, pero mientras llegue el momento de eliminar las causas, empecemos por eliminar las consecuencias, así de paso nos templamos en la lucha. La burguesía no solo ha forjado las armas que deben darle muerte, ha producido los hombres que deben empuñarlas. Nosotros. Está bien por hoy, te mandaré la próxima orden por la vía habitual.
Se marchó a grandes zancadas, cruzó la avenida, iba pegado al muro, en actitud agresiva. Los que refrescaban del calor, los pescadores, los eternos maleconeros le habrían paso sin chistar.
Le seguí hasta la altura del monumento al Maine, cruzó y se perdió entre un mar de sillas plegables que recogían en la Tribuna, frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos. Llegué junto a la estatua de Martí con el niño cargado, un Martí extraño, verde, con los pantalones apretados, no me gusta nada esa estatua.
El reflector pestañeaba desde el Morro y envolvía en un mágico juego de luces y sombras a las parejas que se besaban en el muro. De vez en cuando, algún gracioso, gritaba desde un auto al pasar el clásico ¡Suéltala! dirigido a los amantes.


VII

La vía habitual era el Morsa, llegaba asustado, cada día más curda y me trasmitía las órdenes de Aldo, las citaciones cada vez más raras y confusas, el entrenamiento, iniciación o curso, por que de cualquiera de esas formas le llamaba podía ser por ejemplo:
- Golpear putas y chulos en las calles próximas a los hoteles.
- Pintar carteles ofensivos en las paredes de las casas de lo supuestos traidores.
- Lecturas y memorización del Libro Uno.
- Caminatas por la ciudad.
- Sesiones de concentración y meditación oriental.
- Clases de Kárate y defensa personal.
- Supervivencia en el monte.
- Estudio del libro El Estado y la Revolución, de Lenin
- Práctica de transmisiones espirituales.
- Estudio de textos de Alan Kardec.
- Lectura y estudio de folletos editados por The Rosicrucian Fellowship.
- Círculos de estudio sobre el Diario del Che en Bolivia. Pasajes de la Guerra Revolucionaria y la teoría del Che sobre la guerra de guerrillas.
- Prácticas de tiro.
Después de un mes de entrenamientos ya estaba acto para visitar e integrarme a la Logia. Esa noche sería la gran noche, el anuncio llegó a través del Morsa. Él pasaría a recogerme a las 8pm en el Parque Central. Ese día él revisaría un informe que pidió sobre la situación de nuestros compañeros de estudio, esperaba un desastre, aunque nunca se sabía con Aldo, descubrió mi deserción como ingeniero y no dijo una palabra, lo aceptó y dijo.
- La cultura es la base del Estado, es importante tener un cuadro en ese sitio. Los intelectuales y artistas provienen de la pequeña burguesía, esa clase que como dijo Lenin, vive entre el temor de caer en el proletariado y la esperanza de subir a los potentados, por eso no podemos confiar en su fidelidad, hay que formar a nuestros propios intelectuales en la lucha revolucionaria. Stalin. El pecado original de los intelectuales cubanos es que no hicieron la Revolución. Che.
Lo esperé en el Parque Central, junto a la estatua de José Martí, era un lugar ideal de cita, donde no podíamos ser detectados por la policía política enemiga. Según Aldo, éramos constantemente vigilados y perseguidos.
Aldo llegó primero, lo descubrí sentado en los bancos donde se reúnen los fanáticos a discutir de pelota. Vestía diferente, no llevaba sus habituales galas semi militares. Iba vestido todo de negro, pantalón acampanado de mezclilla, camisa de seda y sus insustituibles botas de caña alta, de las que nunca se deshacía. En cuanto me vio nos reunimos junto a la fuente que da al Payret.
- Trajiste el informe ¿Lo estudiaste? ¿Puedes proponer a alguno para integrar nuestra célula? Si encontramos algún candidato aceptable tú serías su guía. Dame el listado.
- No creo que ninguno reúna los requisitos que señalas para integrar la Logia, además solo dos trabajan como ingenieros, los otros abandonaron la profesión.
Leyó detenidamente la lista, estudió el informe, cuidadosamente. Su rostro mientras leía, pasaba por múltiples expresiones, como si tuviera mil caras, la ira, la decepción, la alegría, el sarcasmo desfilaban sin interrupción.
Deberíamos juzgar a Camilo, a Carlos, a Francis y compañía por traidores, Michel es el candidato, él es nuestro hombre, te encargarás de visitarlo, probarlo y exponerle nuestra idea.
Había una pregunta que esperaba desde el inicio ¿Y Andrés? Pero no la hizo y yo preferí no tocar ese asunto. Andrés el antiguo enemigo de Aldo, Andrés Stalin, Andrés el irreductible konsolmol, Andrés el hombre nuevo, Andrés que no terminó la carrera de Mecánica y fue estudiar Filosofía Marxista y se hizo profesor de la Universidad y Andrés que en los 90 se hizo disidente, pensaba en Andrés luchando por los derechos humanos y no podía evitar recordar el libro La Broma de Milán Kundera y no podía evitar pensar en lo que sucedería cuando Aldo descubriese lo ocurrido con su antiguo rival y verdugo ¿o ya lo sabía?. Andrés agente de la policía política, paseando por toda Cuba, en gloria luego de la primavera del 2003. Caminamos bulevar de Obispo abajo, rumbo al mar, giramos a la izquierda en una callejuela, buscamos la calle Compostela y nos detuvimos en el antiguo convento de María Auxiliadora. El edificio había sido Convento, leprosorio, prostíbulo, cárcel, cuartel, almacén de bienes malversados, Seccional de la FMC, Regional del PCC, fábrica clandestina de guarachas y cintos, ciudadela famosa por las peleas de gallos, ratas y perros, prostíbulo especializado en tullidos y fenómenos, baño público, parqueo de bicicletas, refugio de parejas furtivas, albergue de emigrantes orientales, basurero, fábrica ilegal de chorizos, parqueo de bici taxis, cagadero etc. La crisis de la vivienda lo había convertido durante largo tiempo en hogar de decenas de familias, un conglomerado variopinto que reunió al delincuente con el hombre honesto, al chulo con el padre de familia, al ama de casa con la puta, al mariguanero con el Pastor Protestante, al disidente con el militante del Partido, todos bajo el mismo techo; el ingeniero, el albañil, el médico famoso, el gallero, la jinetera, el chulo, el comunista, el profesor de historia, la beata, el mira huecos, todos mezclados. Pared con pared, el perseguidor y el perseguido, la presa y el depredador.
- Estás en el umbral de otra dimensión, vas a arribar a un mundo nuevo, ¡Abre bien los ojos! Déjate guiar por mí, atiende y no confíes más que en tu instinto.
- Si no acepto ¿Me abrías ejecutado?
- Sin dudas y tu debes hacer lo mismo conmigo si flaqueo Si avanzo sígueme, si me detengo empújame, si retrocedo mátame.
- ¿No debo confiar en todos ahí dentro? ¿No son nuestros hermanos?
Una extraña sombra le cubrió los ojos, la boca se le torció en un rictus cruel.
- No puedes confiar en nadie, en nadie, ni en mí, nada más que en la idea, en los principios, en la obra, donde quiera puede ocultarse un traidor. Mientras avanza el Socialismo se incrementa la lucha de clases.
¿De quién será Caballo este tipo? ¿Qué muerto lo poseerá? ¿Veria, Vichinski, Iiejov, Yagoda o el mismo Stalin en persona? Dio tres toques en la puerta. La fachada del edificio estaba bastante deteriorada por el tiempo, un riachuelo de agua pútrida corría frente a la puerta enorme de madera tachonada con clavos de bronce. Alguien preguntó desde una portezuela.
- ¿Iluminatti?
- Proletarios
La puerta se estremeció, luego se fue abriendo poco a poco, entramos a una zona oscura, de suelo irregular, tamizado por una telaraña de cables eléctricos y puntales de madera. Metí el pié en un gran charco de agua tibia y pastosa, Aldo me sujetó por el brazo.
El que nos abrió la puerta iba cubierto por una capa negra, la capucha no dejaba distinguir el rostro.
- ¿Iluminatti?
Repitió.
- Proletarios.
Bramó Aldo.
La oscuridad era casi absoluta, un agresivo olor a orine de gato, aguas albañales, humedad, escapes de gas y kerosén, nos dio la bienvenida.

Wuppertal, Alemania, enero del 2003
Querido Sobrino:
Saludos cordiales, espero que estés bien, progresando en nuestro camino. ¿Ya conociste a tus espíritus protectores? Cuando regrese a Cuba podré ayudarte mucho más.
Por acá el trabajo marcha bien, he encontrado mucha documentación sobre Engels y familia, espero terminar rápido y estar junto a ti. Estoy seguro que juntos podremos hacer grandes cosas. Estoy a punto de realizar un descubrimiento muy importante, ya te referí algo de esto en la carta anterior, pero ahora estoy mucho más cerca de lograrlo.
En cuanto termine te mando una copia del primer capitulo de la novela sobre Engels, para cuando esté de vuelta, me des tu opinión y sugerencias.
Pienso viajar a Frankfurt, es probable que el viaje sea por carretera, la ventaja que tiene esta forma de viajar es que es más barata y uno puede conocer mejor el territorio que transita, espero que este viaje despeje todas la incógnitas, estudiosos de aquí no admiten la posibilidad de que lo descubierto por mi sea posible, el doctor Edmund Graeber prohibió mi visita a la biblioteca de Wuppertal y orientó a sus colegas que cerrasen las puertas en mis narices si aparecía por sus casas o centros de investigación, así reacciona la ortodoxia ante las cosas nuevas, de todas formas, la verdad por dura que sea, siempre se impone, no importa lo que piensen los incrédulos de aquí y de allá.
Cuídate mucho sobrino
Saludos revolucionarios
Federico

VIII
El comandante había decidido organizar (o más bien dar órdenes de que se organizase) una monumental fiesta de cumpleaños. Los jardines, de la casa de la calle 7ma, se llenaron de cientos de faroles, banderines, cadenetas, guirnaldas, kioscos y tenderetes para atender a los invitados.
La mayoría de los compañeros de Javier de los Camilitos, habían sido invitados. Por insistencia de Javier, Aldo y yo fuimos incluidos. Aldo decidió rechazar la invitación, intuyendo que se sentiría desplazado en aquel ambiente fatuo y pomposo de hijitos de papá. Con más sentido del ridículo que yo, más acostumbrado a los desplantes y burlas de los demás, sabía lo que le podía esperar en la fiesta. Cuando su madre supo que su hijo pretendía rechazar la invitación a casa del comandante, montó en cólera. Ya se veía compartiendo el café, leyendo revistas de moda, paseando en Alfa Romeo, en compañía de las distinguidas compañeras. ¿Pero cómo su hijo rechazaba tamaña oportunidad? ¿Cómo ese tonto de capirote pretendía tirar por la borda su entrada en la alta sociedad? De ninguna manera. Así pues, la compañera María de la Caridad Suaznabar, cogió sus ahorros y sumándole el dinerito del cobro de la FMC, del último trimestre, compró en el mercado negro una guayabera azul celeste, casi nueva, para su hijo.
Aquella guayabera color cielo, almidonada por María, que le quedaba estrecha y algo corta, el pantalón azul oscuro, ya bastante desteñido y gastado a la altura de las rodillas y los zapatos kikos plásticos grises, de punta cuadrada, le daban un aspecto grotesco. Presionado por la madre Aldo aceptó. El día de la fiesta, María se empeñó en acompañar a su hijo hasta la puerta de la casa del comandante. Quería sentir, aspirar el olor de la grandeza, quería ver a su hijo franquear las puertas del futuro, convertido en hombre de confianza de esos compañeros, de esos camaradas que lo habían dado todo por la Revolución y hoy se encontraban en el olimpo de la clase obrera.
Mi atuendo no era mejor que el de Aldo. Llevaba unos pantalones de kaki gris, una camisa de mangas largas donada por el abuelo, con remiendos en los codos, remiendos magistralmente realizados por mi madre y kikos plásticos negros, estilo mocasín. Parecía un objeto anacrónico en medio de aquellos niños vestidos a la última moda. La suerte fue que di pronto con Javier y Alejandro y buscamos los rincones más oscuros para beber a escondidas del Whisky exquisito de 25 años, que Javier tomara del bar de la sala, donde se daban cita los encumbrados amigos del comandante.
Aldo llegó tarde. Púrpura de humillación caminaba casi a rastras de María. Para la ocasión, la madre había decidido desempolvar su vestido de tornaboda, de cuando las nupcias con el padre de Aldo, y una pamela que fuera parte del traje de novia. Los zapatos de tacón alto, repiqueteaban en la acera, anunciando a larga distancia a su dueña. Dos guardia uniformados guardaban la puerta. Al pedirles la invitación resulta que se les había quedado en la casa. Aldo trató de explicar a los guardias, pero el nerviosismo le hacía tartamudear y provocó la risa de los soldados que le invitaron a largarse con viento fresco. La madre montó en cólera y amenazó a los guardias con todos los castigos posibles e imposibles, ellos no sabían con quien se la estaban jugando, cuando el comandante se enterase del agravio realizado contra la persona de Aldo de la Caridad Álvarez Suaznabar, invitado personal del compañero Javier, hijo del comandante. ¡Esto es una mariconá! Les van a partir el culo, ya verán hijo e putas. El escándalo fue mayúsculo. Aldo quería marcharse pero María insistía en que le buscasen a Javier, se negaba a dejar escapar así como así la gran oportunidad de su vida. El muchacho se alejaba del espectáculo de su madre, desgañitándose a alaridos con los soldados, cuando les vimos y Javier logró solucionar el problema. Aldo ya no quería entrar pero entre las exigencias de la madre y la insistencia de Javier y mía logramos que pasara al jardín.
El momento más brillante de los quince se inició con el toque de Atiendan todos ejecutado por un trompeta de la Banda de Música del Ejército Occidental. A continuación un oficial en uniforme de gala leyó un a carta de felicitación enviada por un muy importante jefe, amigo de la familia. Luego un cadete leyó un poema dedicado a la eterna amistad entre Cuba y la Unión Soviética escrito por la quinceañera y el octeto del Ejército Central interpretó la popular canción Katiuska Se escuchó a continuación la diana mambisa y de pronto comenzó a descender del techo la homenajeada, montada sobre la réplica, en pequeño formato, del crucero Aurora, un crucero Aurora apenas reconocible entre tanta cinta de colores, papel dorado y flores de plástico. La niña llevaba en su mano derecha una hoz y en la izquierda un martillo. Al llegar al suelo, un pequeño cañón situado a proa lanzó una salva de confeti sobre los emocionados invitados. Llevando en sus manos pequeños spuknis llenos de chucherías que repartían entre los invitados, veintidós parejas hicieron su entrada al salón, los jóvenes iban de frac y las muchachas llevaban largos vestidos, con enormes colas y miriñaques. Uno de los muchachos tomó a la homenajeada de la cintura y comenzó el vals.
Javier estaba bastante achispado por el Whisky y yo, aunque menos, también. Nos dedicamos a reírnos del vals, de los invitados, del ridículo ceremonial de los quince. Ofrecían un extraño contraste los abundantes uniformes militares de simple caqui verde olivo, tachonados de galones dorados de la mayoría de los hombres y los vestidos de última moda de las mujeres, los centelleantes uniformes constelados de condecoraciones de los rusos y sus mujeres vestidas a lo koljosiano, con las piernas llenas de pelo y su insoportable grajo, las constantes libaciones y brindis con vodka por la victoria de la clase trabajadora, los fastuosos regalos de los camaradas comprados en las mejores tiendas del mundo capitalista y sus constantes críticas al imperialismo. Nosotros nos reímos y Aldo miraba ensombrecido a aquellos tipos.
Desde la entrada de Aldo a la fiesta, ambos llevábamos a cabo una sutil competencia por acercarnos a la bella Libia. Infructuosa. Libia estaba rodeada por una cohorte de amigas y admiradores infranqueable. De vez en cuando Aldo y yo cruzábamos miradas cargadas de odio.
El colofón de la fiesta, ampliamente mojada con lo mejor del alcohol internacional, abundante comida y regalos costosos, fue protagonizado por el Conjunto de Danzas Tradicionales Eslovacas y la Gran banda del Bárbaro del Ritmo. En una tarima armada en el patio trasero. Benny Moré dedicó un saludo a la homenajeada y luego de dos piezas cedió el micrófono al padre de la quinceañera, quien anunció el compromiso entre su hija y el hijo del Ministro del Azúcar
Aldo estaba al borde del síncope y miraba con ojos extraviados a la tribuna. Corrió hacia la salida. Lo atajé casi en la verja, me abrazó, lloraba. Le brindé la botella de Whisky y se dio un largo trago. Bebimos lo que quedaba de la botella, acompañados por la voz del Benny y Cómo fue y Preferí perderte y Mi amor fugaz y fuimos a por más bebida. Empezamos, como los clásicos borrachos, cantando boleros, acompañando al Benny, la voz milagrosa del Bárbaro del Ritmo, Dime por fin sinceramente si ya me has olvidado... Este tiempo sin tus besos son mis horas de agonía sin ti ooooh vida no te alejes... yo se lo has comprendido con que sublime intensidad mi bien Como fue no se decirte como fue no se explicarme que pasó pero de ti me enamoré y terminamos en un rincón con Feliciano y aturdido y abrumado por la duda de los celos se ve siempre en la cantina a un bohemio ya sin fe... con este puñal ábreme las venas...en la penumbra de un farol que agonizaba como aquel amor del alma que en silencio se apagó. Era la primera gran borrachera de mi vida y vomitamos las bilis en la reja del jardín.
Desde la acera vimos a nuestra amada besar al pimpollo del novio y Aldo ensayó la letra de un bolero sobre la falsedad de las mujeres. Abrazados recorrimos media Habana. Amanecimos, sucios, con una horrible resaca, no sabemos como, junto a la fuente de la India. Aldo juró que nunca más se enamoraría de una mujer y entonces se acordó de su madre, a la que abandonamos en plena fiesta.
El cuento del ridículo de Aldo se corrió por toda la escuela y el hijo del conserje fue recibido con un concierto de burlas. La historia de su guayabera azul almidonada y de la pamela de María fue la comidilla de la Escuela durante semanas. Aldo miraba resignado a sus burladores y se esmeraba cada vez más en los estudios y en las tareas políticas de la Brigada Roja. Toda su energía, su furia, su humillación la desbordó en los libros y en un activismo incesante, que no pasó inadvertido para los oficiales superiores y los políticos.
Aldo cambió mucho después de los quince y se alejó del grupo, se tornó irascible y más solitario que nunca. Las cuevas de los alrededores de la Escuela aun conservan los dibujos de Aldo, el rostro edulcorado de su amada, rodeado de furias y seres extraños, rostros de seres agobiados y aterrorizados.
Al poco tiempo me tuve que marchar de los Camilitos y perdí todo contacto con nuestro pintor. No volví a ver más a nuestro ángel, supe por Javier que el matrimonio fue un desastre, duró lo que el clásico merengue en la puerta del colegio, el hijito de papá era más vago que la quijá de arriba y acostumbrado a ser merecedor de todas las atenciones, sus escándalos con bailarinas de Tropicana, con actrices de la televisión, con las criadas de la casa y con cuanta cosa llevara faldas, hicieron época.
Después de la ruptura la mandaron a estudiar a Austria, no se que habrá sido de ella, que rumbos tomó, en que lugar del mundo se encuentra. El comandante cayó en desgracia por allá por los finales del setenta, después de un largo período en “plan piyama” fue a parar a un plan especial por la Sierra de Najasa, donde también hizo de las suyas, hace poco supe que se marchó por el Mariel en 1980, el mitin de repudio que le dedicaron fue una de los más sonados, “las masas enardecidas” estuvieron a punto de lincharlo, a su esposa la hicieron desfilar desnuda por la séptima avenida cubierta de pintura roja y clara de huevo, él tuvo que refugiarse en la Iglesia de Santa Rita en 5ta avenida, después de ser tiroteado con huevos, excrementos y piedras, de ahí lo “rescató” la policía, para entregarlo al pueblo tres cuadras más allá, donde se reanudó la odisea. Aún puede leerse en uno de los muros laterales de la casona de Miramar, en letras rojas TRAIDOR HIJO DE PUTA, y se nota la marca de las claras de huevo vitrificadas sobre la pared.
Estuvimos varios años sin ver a Aldo. Hasta que matriculé en la Universidad la ingeniería mecánica. Entonces al segundo día de estar en la escuela, le encontré pintando un enorme mural, al estilo de Raúl Martínez, en su época pop, lleno de patriotas y palmas y estrellas.

IX
El sitio de la reunión era un salón oscuro y húmedo. Costó trabajo adaptarse a la penumbra, cuando la visión se acostumbró a la oscuridad pude distinguir, al centro del salón, una especie de atrio con una mesa rectangular, micrófonos y dos candelabros en los extremos. El salón estaba repleto de gente, nadie reparaba en mí, o al menos fingían no reparar. Aldo desapareció. En medio de aquella gente esbozada, desconocida y chiflada, sentí miedo, tuve intenciones de abandonar el lugar pero el miedo actuaba como paralizante, los minutos se alargaban y el murmullo de aquellas personas se hacía infernal.
Dos individuos avanzaron hacia el atrio portando antorchas encendidas, tres más vestidos con trajes negros de corte antiguo se situaron en la mesa
- Que la luz del Altísimo sea con ustedes.
- Sea Maestro.
- Que la paz llegue a sus almas y el fuego limpie sus caminos de oprobio y mentira.
- Luz para los espíritus.
- Misericordia sea derramada.
Comenzaron a orar, era un zumbido bajito, indescifrable que duró aproximadamente un minuto. Luego se hizo el silencio. Permanecieron en esa actitud durante un largo rato, se sentaron en el suelo con las piernas cruzadas, el que parecía el jefe elevó los brazos al cielo y el salón se iluminó con la luz de varias lámpara eléctricas. Detrás del Atrio había un cartel hecho con letras de madera pintadas de rojo
LOGIA DE TESTIGOS DE LA SAGRADA REVELACION
EL LOTO ROJO
El que parecía el jefe comenzó a hablar:
La sesión de hoy la dedicaremos a hablar de la concentración. La meditación y la oración, son todos esfuerzos del Espíritu del hombre por elevarse por encima de las simples consideraciones materiales, por comprender la eternidad del todo Bien y por encontrar esa fuerza vital del Dios interno que está oculto en todo ser humano.
Uno de los objetos de la concentración para el aspirante en el sendero...
Era imposible para mí seguir el hilo del orador que peroraba minutos tras minuto en un tono de voz invariable, monótono. Mis ojos acostumbrados poco a poco al cambio brusco de la oscuridad a la luz, permitieron observar ahora con más atención a la fauna presente, de un lado los hombres esbozados vestidos de negro, de otro lado y no pude retener una exclamación de asombro, se encontraban, Trosky, Stalin, Mao Tse Tung, y otros que no pude identificar, ¿Qué era aquello? ¿Una mascarada? Perfectamente serios, permanecían en su sitio y escuchaban atentamente al orador. Yo luchaba a duras penas por no dar cabezazos, por no pescar.
Entonces su guía puede apoderarse del cuerpo de deseos. Aún en vida, si el médium trata de evitar que él use el cuerpo impunemente, hallará que no tiene poder para impedirlo...
Todos, los encapuchados y los disfrazados, pues de eso se trataba, asentían a cada palabra del líder. Muy serios prestaban atención a aquella incomprensible monserga.
Se sabe de casos en que el médium ha repudiado y tratado de escapar del agarre de su guía, pero sin poder lograrlo. Algunos médium han confesado como han sido empujados irresistiblemente al crimen o suicidio por estos guías o espíritus de control...
Como era ya su costumbre Aldo apareció a mi lado como por arte de nigromancia. Le gustaban los golpes de efecto, las llegadas y salidas teatrales, siempre había sido así, desde los años de estudiante, y así fue su salida para la guerra y así su reaparición, teatral. Sonreía satisfecho.
Una vez que la persona se convierte en médium no tiene escapatoria. No puede impedir que el guía entre en su cuerpo. Mientras el médium es dócil y obedece, todo marcha bien, pero si protesta y desobedece, encontrará que el guía tiene espuelas y que las usa sin misericordia...
Todos, encapuchados y disfrazados, aplaudieron a más no poder. Luego el jefe, cedió la palabra a uno de los que le acompañaban.
- Hoy tenemos la dicha, la eterna satisfacción de tener entre nosotros a un nuevo iniciado.
Los rostros giraron hacía mi.
- No es cualquiera el que hoy se nos une por el sendero de la luz, es un hombre de cualidades excepcionales, que sin dudas cuando venza los rezagos que le lastran, se convertirá en uno de nuestros mejores Proletarios. Recibamos hoy como Iluminatti, porque ha sido iluminado por El Supremo a través del hermano Aldo. Recibamos a Raúl Van Haar Domínguez, sobrino de nuestro ilustrísimo Maestre Superior Federico Van Haar que no se encuentra hoy entre nosotros, por estar cumpliendo una honrosa misión de la Logia.
Tuve que subir al atrio del brazo de Aldo, allí de rodillas fui ungido con aceite aromático y agua bendita, luego todos oraron por varios minutos y el Jefe me dio un fuerte abrazo.
La reunión se disolvió en pequeños grupos afines, después que el jefe preguntó si había algo por tratar y nadie respondió. Aldo me llevó ante Trosky, luego ante Lenin, , fui presentado a Sinoviev, a Kamenev, a Karl Kautsky, a Raúl Halla de la Torre, a Mariategui, a August Bebel, a Plejanov, a Oswald, a Li-li-Siam, a Bujarin, a Blas Roca, al terrible Zhdanov, a Beria, a Vichinski, saludé a Carlos Rafael, a Marinello, a Baliño, a Fabio, a Mella. De cerca, el parecido de algunos de ellos con los retratos que existían de las figuras reales, era asombroso. Le pregunté a Aldo, le pedí que explicara que se trataba aquello. Sonrió y movió la cabeza de un lado a otro en señal de conmiseración por mi ignorancia.
- ¿De verdad no sabes quienes son? Cada uno de ellos es el Caballo de las figuras que representan, son Proletarios calificados, escalón más alto de la secta. Son los encargados de recibir los mensajes del plano celeste y trasmitirlos a los Iluminattis, a los centuriones de la secta, yo por ejemplo, que somos los encargados de ejecutar las órdenes. Es un privilegio trabajar a las órdenes de los fundadores. ¿No crees?
Pero que locura, que barbaridad y aquellos locos se creían iluminados, escogidos, eran locos peligrosos. Debía alertar a alguien, avisarles a las autoridades, prevenir al pueblo de lo que allí se tramaba. Como si leyera mi pensamiento Aldo dijo con voz cargada de maldad.
- Los secretos aquí se guardan religiosamente, cualquier violación de ese principio se paga con la vida, la muerte por traición es cruel, como corresponde a un traidor a la clase obrera mundial.
Aquella noche abandoné el Templo - así le llamaban - cargado con una casulla, un manto, un cordón al estilo franciscano, los dos libros superiores de la secta, un manual de visión y percepción espiritual, y los llamados textos apócrifos del Capital o cuarto tomo del Capital, solo al alcance de los elegidos, descubiertos por mi tío Federico en su viaje anterior a Alemania y varias toneladas de miedo, duda, depresión. ¿Qué hacer? ¿Denunciarlos a las autoridades? ¿Seguirles la corriente? ¿Huir de ellos? Todas las variantes resultaban peligrosas, no me decidía, mi indecisión habitual y la cobardía trajeron consecuencias posteriores funestas y costó la vida a varias personas.
Esa noche así cargado, caminé hasta la Punta. Corría una leve brisa marina, el calor era tremendo para la época del año, Cuba es un eterno verano, el eslogan turístico cobraba cada vez mayor verosimilitud, en el caliente invierno habanero.
El Malecón, como siempre, estaba repleto de personas a pesar de lo avanzado de la noche, el faro del Morro lanzaba destellos sobre el muro, sobre las parejas que hacían el amor frente al mar. Vendedores de maní, vendedores de caramelos y melcochas, vendedores de placeres rápidos y furtivos, vendedores de marihuana y otras yerbas, vendedores de polvo para viajar a las estrellas, fauna que se incrementaba a medida que entraba la madrugada. Autos modernos con chapa de turismo detenidos a la caza de amores rápidos y baratos. Chulos con álbumes de fotos de sus putas (el precio puesto al margen), niños pidiendo dinero, escolares de secundaria que fingen conversar en el muro y llevan el precio escrito en la suela del zapato En ocasiones, desde algún giro brusco del muro, desde alguna esquina oscura, llegaba un requiebro, un silbido, una propuesta.
Una muchacha menuda, vestida con una minúscula falda de vinilo, tacones altos, pulóver corto que dejaba al descubierto el vientre terso, surcado por una línea oscura de bellos que morían en el ombligo en forma de óvalo, se separó del muro. Era una hermosa aparición en medio del caos de mi cerebro.
- ¿Quieres matar una jugada?
La frase en si misma era terrible, pero la voz era melodiosa, acariciante, Un ángel muy bello descendió y me tocó, fue tan placentero que me desmayé. Los labios eran suaves, con textura de fruta fresca, la muchacha, esperó impaciente a que saliera de la sorpresa.
- Completo100 pesos, una mamada cuarenta pesos, si me trago la leche son sesenta, una paja diez pesos, si me hecho la leche arriba veinte pesos, si te enseño las tetas para que te rayes una yuca quince pesos, si me hechas la leche arriba de los muslos treinta pesos. Si me la hechas en las tetas treinta y cinco, si en la cara cuarenta, por darte espuela son 10 pesos más.
Era terrible, pero ya lo dijo Rilke Todo ángel es terrible. Una fuerte erección, como no la tenía desde hacía meses, abultaba el pantalón, estaba embrujado por la contradicción entre la belleza de la chica, la pureza de su mirada y el desparpajo de su palabra, era una voz de coro angelical diciendo en el mismo tono en que rezaría un avemaría, una mamada tanto, esto otro más cuanto. ¿Será verdad que la pureza es cruel?
La chica descubrió la erección y sonrió segura de haber conquistado un cliente, otras dos fámulas se insinuaban cerca tratando de arrebatarle la presa, ella las miró con fiereza y las otras se alejaron un poco. Yo mire a las chicas alejarse y la mire a ella.
- ¿Quieres sumarlas? Yo no entro en eso, yo no hago tortilla. ¿Bueno que?
Busqué disimuladamente en los bolsillos traseros del pantalón donde guardaba el dinero, solo alcanzaría para una mamada sin tragarse la leche.
- Paga primero
Le extendí el dinero, fuimos a un recodo del muro, puse el manto, la casulla y los libros sobre el muro, ella abrió con destreza la portañuela y agarró al vuelo, fingiendo desesperación, mi enardecido falo. Era una delicia sentir esa lengua diestra, esos labios. La succión era magistral, única, ¿A manos de que demonio había ido a parar?
Era una experiencia de placer inaudita, esa chica no podía ser terrenal. No era nada de extrañar en esta tierra tomada de siempre por las fuerzas del inframundo, en un momento creí ver una sombra negra deslizarse por los portales de enfrente, una sombra acechante y censora, pero fue una visión fugas, borrosa, desleída por el placer, por la venida más grande de mi vida, por la otra visión de esos labios que no soltaban el falo, que no se desprendían e iniciaban otra sesión y ella gritaba.
- Lo gocé, lo gocé, esta va por mi papi, que pinga más rica.
Perdí hasta el último centavo, había sido un día repleto de emociones, cargado ahora con la marca para siempre de esa muchacha, de ese ángel succionador, inevitable, que me había convertido en adicto a su boca. Al menos me había liberado del miedo por unos instantes, habían desaparecido por unos minutos la secta de locos y el Kamikaze, el tío Federico y el trabajo aburrido, el calor sofocante y el hambre, los camellos y los administradores, los camareros y los apagones, los funcionarios y los discursos, los policías y las consignas, las marchas y las mesas redondas, los héroes y la guerra ¿Y eso no es lo que buscan los adictos? Olvidar.
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FEDERICO PARA SIEMPRE
AUTOR: FEDERICO VAN HAAR
LA MADONNA
En una hermosa casa de Barmen cerca del Wupper signada con en numero 800, Brucher Rotte. Una hermosa muchacha de mejillas sonrosadas, recostada a unos almohadones esperaba la llegada de su hijo primogénito, era de fina hermosura, acrecentada por la maternidad. El médico que la asistía el Dr. Welter era uno de los más prestigiosos especialistas de la región, a su lado una de las muchachas de servicio preparaba los enseres para el parto y de vez en cuanto secaba el sudor del rostro de la bella parturienta.
En el salón principal el futuro papá Engels media la estancia con sus pasos, amaba extraordinariamente a su bella y pura esposa Elisabeth Franziska Mauritia Engels de soltera Van Haar, todo le parecía poco para complacerla. Engels era un rico fabricante textil, muy religioso y trabajador. Elisabeth descendía de una prestigiosa familia, su padre Berhard Van Haar, había sido rector del Gimnasio de Hamm, filólogo y amante de la mitología griega y alemana, jugaría un importante papel en la formación de su futuro nieto.
Al fin el llanto de un niño llegado del cuarto de Elisabeth anunció el feliz acontecimiento, acababa de nacer uno de los hombres más extraordinarios de todos los tiempos Federico Engels.
Fue un parto normal, en medio de una feliz y próspera familia alemana, desde el momento de su nacimiento Federico dio muestras de su carácter extraordinario, saliendo del vientre de su mamá contempló con sus ojos diáfanos la riqueza que le rodeaba y rompió a llorar.
Con tres días de nacido parece haberse percatado de la injusticia y la situación de explotación a que era sometida su nana y se negó a apropiarse de su leche, desde ese momento, Elisabeth tuvo que amamantarlo.
Niño precoz a la semana de nacido, balbuceo las primeras palabras y contaba su abuelo, con asombro, como escuchaba las historias de Sigfrido, de los nibelungos, de Troya y lloraba si por casualidad el abuelo omitía una parte de la historia, eso con un mes de nacido. Caminó a los tres meses, hablo correctamente a los seis, al año leía de corrido la Biblia y a los dos años recitaba de memoria pasajes completos de la sagrada escritura.
En todo el valle de Wuppertal, sumido en la más cruel explotación capitalista, se comentaba el nacimiento de este niño, precedido por la leyenda de la llegada de un salvador, de un Mesías obrero. Varios signos confluyeron esa noche entre el nacimiento del niño y la leyenda del Mesías: cayó sobre Wuppertal una lluvia de estrellas, una sombra cubrió por espacio de tres horas a la luna, justo a la hora en que nacía se pararon todas las máquinas hilanderas del valle y no volvieron a andar hasta dos horas más tarde, una hoz y un martillo se encendieron en el cielo junto a la estrella Polar., el efecto duró unos segundos pero causó pavor entre los hombres de negocio del Barmen.
Otras cosa singulares ocurrieron en el transcurso de esa noche en la feraz tierra alemana, adivinos, profetas, magos, brujas, nigromantes anunciaron desastres y guerras y todos, vieron al final del camino, un paraíso luminoso para toda la humanidad.
Barmen, rica zona industrial de Prusia, era un área próspera, donde las riquezas crecían día tras día, pero junto a esa riqueza crecían el hambre, la depauperación física y moral de los obreros y sus familias. El Pietismo, corriente fanática de la iglesia Luterana, controlaba la vida espiritual de la región, imponiendo sus dogmas, su intolerancia y su hipocresía.
Mientras más se desarrollaba la región, más pobres eran los obreros, los obreros se refugiaban en el aguardiente para escapar de la vida terrible y frustrante que llevaban, iban de taberna en taberna bebiendo un licor de baja calidad que les sumía aun más en el caos y la ignominia.
Necesitaban un Mesías que les señalara el camino, que los guiase a un mundo mejor, por eso cuando supieron del nacimiento del niño y de las señales ocurridas, una delegación de obreros textiles, fue a rendirle homenaje a su casa. Los Engels que eran muy buenas personas salieron a recibirles al portal, Elisabeth con el niño cargado, el padre a su derecha, erguido, orlado el rostro por una barba respetable, detrás un juego maravilloso de luces. El famoso pintor Petewr Ego, de visita en Wuppertal, inmortalizó la escena en un cuadro titulado La Madonna en Barmen que se encuentra expuesto en el Museo del Louvre, los obreros de rodillas en los escalones de la escalera del portal, sobre ellos la Madona de rostro sublime les sonríe con el niño en brazos, su rostro de óvalo perfecto, labios de rubí, dientes de perla, piel blanca como una azucena, el niño mira a todos con una seriedad impropia para su edad alza el brazo y les saluda.




XI
El ambiente era festivo. Atravesamos el pasillo central con esa mezcla de tímida arrogancia del novato. Casi todos los varones nos conocíamos del servicio militar, procedíamos incluso de la misma unidad. Entre chistes, bromas y alardes, para llamar la atención de las hembras, llagamos al comedor de la Universidad. Alguien pintaba un mural en la pared. Embadurnado de pintura, con un estrafalario sombrero de yarey de alas muy anchas dobladas al frente como los mambises y un overol como el que usan los tanguistas, cubierto de manchas de todos los colores posibles, lanzaba brochazos con los pinceles a gran velocidad, con la misma rapidez se apartaba unos segundos y volvía a la obra. De sus pinceles crecían como por ensalmo, rostros de héroes, banderas multicolores, estrellas y destellos de luz. Un grupo de muchachas contemplaba al artista que fingía no reparar en ellas. Nos detuvimos a observarlo. Sobre la pared a la manera de Raúl Martínez en su época pop, nacía un hermoso mural. Rostros de estudiantes felices, soldados, obreros y campesinos que miran al futuro, con rostros sonrientes, seguros, optimistas, banderas y machetes, generales mambises, caballos que corren hacia la victoria, hoces y martillos mezclados con la estrella solitaria de cinco puntas.
El pintor se sentó exhausto, en una silla, tan embarrada de pintura como él. Dejó a un lado los pinceles y se quitó el sombrero. Cual no sería mi sorpresa, el alocado pintor era nada más y nada menos que Aldo. El también reparó en mí y con una seguridad y superioridad que no le conocía se acercó. Me observó unos segundos. Su mirada tenía un aire distinto, desafiante, mirada de jefe – pensé - Puso sus manos cubiertas de pintura sobre mis hombros y sin decir una palabra me abrazó.
El también había abandonado, a su pesar, la escuela militar. Su padre murió atropellado por un auto, iba borracho como una cuba, empujado literalmente por Aldo que había ido a buscarle al bar de la esquina a instancias de la madre. Aldo luchaba con el padre para impedir que cayera al suelo, tiraba de él para obligarlo a caminar cuando un chevrolet del 56 salió de la nada y le embistió de lleno. Aldo, gravemente herido, fue llevado al hospital. La recuperación fue lenta, pero quedó completamente sano. Terminó el Pre en la calle y tuvo el “honor” de que le seleccionaran para pasar el servicio militar en la Brigada de la Frontera, en Guantánamo, y aquí estaba, en la Universidad, en la misma carrera que ellos, en el mismo año, en el mismo grupo de estudios. No se habían visto antes, porque él estaba pasando una preparación política especial. Y así sin más ni más, en pocos días, se convirtió, a solicitud del rector y de las organizaciones políticas del centro, en nuestro presidente de la FEU.
Era un Aldo bien diferente del de los Camilitos. Alto, fibroso, enérgico. El primero en todo, el mejor estudiante, el mejor deportista. Era miembro del equipo de voleibol, del de pelota, practicaba natación, triatlón, maratón, ciclismo, judo, karate, paracaidismo y tiro deportivo, cumpliendo las orientaciones emanadas del Comité Nacional de la UJC, pertenecía al grupo de teatro de la Facultad, al de danza, al de gimnasia aeróbica, al coro, al conjunto folklórico, al club de filatelia, al círculo de interés de las FAR. Era alumno ayudante, monitor de cuatro asignaturas, jefe de la brigada de respuesta rápida de la facultad, encargado de salirle al paso a las actividades enemigas y a cuanta cosa se inventara o se orientara por las máximas instancias. Además era el pintor oficial de la Universidad, sus murales adornaban todas las paredes posibles, llenó la escuela de consignas, héroes y banderas.
Ya en segundo año era presidente de la FEU de la Facultad, secretario del Comité de Base de la UJC del grupo. Desde un inicio formamos nuestro piquete, Camilo, el más inteligente del aula, que le hacia la competencia a Aldo, sacaba las más altas calificaciones y era superado por él en Filosofía Marxista, Juanín, el serio del grupo, guajiro de Consolación, Orestes, hijo de papá, excelente guitarrista, Patricia, la bella, una hermosa mulata de ojos soñadores, que levantaba suspiros y envidias a su paso, Lisandra y Lourdes las jimaguas de Marianao y Andrés, miembro del Comité UJC Municipal, el político. Y por supuesto Aldo, a quien todos querían, a pesar de su exagerado activismo político, por buen compañero, por solidario, por su espíritu colectivo y por su alegría, alegría que no cesaba de causarme asombro, no tenía nada que ver con el Aldo de verdad, con el que yo conocía casi desde niño.
Aldo y Andrés tenían una guerra sorda, luchaban a brazo partido por sobresalir, por destacarse en su activismo militante. La diferencia era que Aldo siempre jugaba limpio y Andrés no. Se subían la parada constantemente uno al otro, pero poco a poco Aldo comenzaba a superar a Andrés. Aldo tenía sólo un defecto, era un lector compulsivo, leer en si, no era un problema, pero es que tenía entre sus lecturas favoritas a autores como Vargas Llosa y Cabrera Infante, Aldo leía todo lo que caía en sus manos, pero era un fanático lector de Cabrera Infante.
En tercer año, Aldo era además de presidente de la FEU, secretario del Comité UJC de la Facultad y miembro del Buró de la Universidad. El día de su cumpleaños Lisandra, una de las Jimaguas, que noviaba con él, le regaló un ejemplar de la primera edición de Tres Tristes Tigres, firmado por el autor. No pudo ocultar su alegría y se lo comunicó al grupo. Al día siguiente Andrés fingió sentirse enfermo y no asistió a clases. Cuando Aldo regresó al dormitorio, faltaba el libro. Buscamos todos exhaustivamente, cama por cama, amenazamos a los posibles ladrones, pero nada. No tuvimos que esperar mucho para saber la verdad. Aldo fue citado a la rectoría.
Estaban en la Reunión, además de la dirección del rectorado, del decanato y el secretario del Comité del Partido, Andrés por el Comité Municipal de la UJC y varios compañeros de Aldo de la FEU. El rector iracundo enarboló el libro y fulminó a nuestro amigo con las más terribles acusaciones, Andrés apoyó al rector y acusó a su colega de penetrado cultural y diversionista ideológico, le acusó de promocionar alevosamente la seudo cultura enemiga entre los alumnos, de no ser digno de la confianza que la Revolución había depositado en él. A no ser por la inesperada defensa del Secretario del Partido, un profesor honesto que admiraba la inteligencia y dedicación de Aldo a los estudios, lo hubieran expulsado de la Universidad. En unos minutos, Aldo perdió todos sus cargos, fue demovido hasta de secretario del club de filatelistas. Andrés fue ascendido al Comité Provincial y electo Presidente de la FEU de la Facultad.
Cuando fue separado de las filas de la UJC, al marcharse les dijo a Andrés: cobarde, lo que pasa es que militas en una ujotacé diferente a la mía. Caminaba como una sombra por los pasillos, muchos de sus antiguos admiradores lo evitaban, pero nadie estaba más preparado para enfrentar una situación como esa que Aldo.
Siguió siendo el primero en todo, si había que escalar una loma en saludo a cualquier aniversario, Aldo era el primero, el primero en integrar las milicias, el primero en los trabajos voluntarios, en las marchas, en las guardias. Inventaba una iniciativa tras otra, era imposible seguirle la marcha, fue en esa época que el grupo le bautizó con el sobrenombre de kamikaze. Su promedio académico era el más alto de la Universidad y poco a poco comenzó a recuperar su antigua posición.
Todo comenzaba a marchar bien de nuevo para Aldo, cuando un día, inesperadamente, pidió la baja y se fue como soldado voluntario a Angola. Nadie entendió tan intempestiva decisión, dejar la carrera en 4to año, era una locura, mucho más con sus resultados académicos, era el único del grupo que podía aspirar al título de oro.
El grupo sin Aldo no fue el mismo, todos extrañábamos al Kamikaze, su voluntad, su solidaridad con todos y su locura. Llegó la graduación, pocos nos acordamos de él ese día, pero esos pocos lo extrañamos sinceramente.
Su rival, Andrés, aplicado de lleno a la vida política, cambió de carrera y fue a la Escuela Nacional del la UJC, a licenciarse en Filosofía, terminó como profesor en la Universidad Pedagógica. En poco tiempo fue nombrado decano de la Facultad de Humanidades. Al final de la corrida, del grupo únicamente dos trabajan como ingenieros. Como una de esas ironías del destino, el ultra rojo, el comisario político, el intransigente Andrés, en los 90 se volvió líder de un movimiento opositor.
De Kamikaze nunca más habíamos vuelto a saber. Los años posteriores a la graduación, acostumbrábamos a reunirnos, los amigos para tomar unas cervezas y recordar los buenos tiempos de la Universidad, pero llegaron los 90 y el grupo se dispersó, casi no nos veíamos y muchas veces al encontrarnos, fingíamos no conocernos, tanto habíamos cambiado.
Carlos arregla cocinas en un taller clandestino, Marcos en Miami, Juanín que no llegó a graduarse, en España, Lisandra y Lourdes, tampoco se graduaron (nadie ha sabido más nada de ellas) Francis, un cerebro en resistencia de los materiales de intermediario en un agro, Patricia casada con un sueco desteñido y viejo y Andrés disidente, las vueltas que da la vida.
Este Aldo fuerte, enérgico, de mirada fanática, poco tenía que ver con aquel muchacho escuálido y tímido que conocí en aquel 7mo grado de los Camilitos. Fue un año frío. Unos guaguas Hino japonesas, nos recogieron en el Círculo Social Gerardo Abreu Fontán y nos llevaron para la Escuela, de ahí para el campo, 45 días en labores agrícolas, 45 días chapeando unos interminables surcos de plátano, entrenándonos, iniciándonos en la vida militar, corriendo varios kilómetros para llegar a las áreas de labor, porque solo los cristales se rajan porque donde nace un comunista mueren las dificultades y los de pie por la madrugada y los 45 segundos para vestirse y el hambre.
No ha habido ni habrá sobre la tierra persona más inhabilitada para las labores agrícolas. Acariciaba la hierba con el machete, jamás cumplía la norma. Recuerdo a Aldo, solo, entre los surcos de plátano, alumbrados por los faroles del jeep del sargento René, mono con pistola, le gritábamos amparados en la oscuridad de las noches, un orangután en uniforme verde olivo y makarov al cinto y cargadores, un ex cabo UMAP gritando consignas desde el jeep, mientras a mi amigo le sangraban las manos ampolladas por el machete y lloraba y el sargento gritándole blandengue y nadie se va del campo sin cumplir la meta y luego la guardia imaginaria en el albergue, fusil de kalamina al hombro, cuidando un poste de la luz, escuálido, doblado por el peso del casco, el fusil y el frío, un frío del carajo que hizo ese año para que se forje su carácter y nadie podía ayudarlo, nadie.
Qué tiene que ver aquel Aldo con este Kamikaze, de mirada sin sombra de duda, llena de una pureza que intimida. Este que golpea putas y chulos, intimida a ladrones y malversadores, amenaza a los maleantes y quiere hacer la Revolución Mundial.
Ese Aldo no tiene nada que ver con este que acompaño a pintar las paredes de la ciudad. El sublime pintor de antes embadurnando los muros con letras precisas, perfectas.
PAREDÓN PARA LOS TRAIDORES
ABAJO LA EXPLOTACIÓN DEL HOMBRE POR EL HOMBRE
PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES: UNÍOS
EL SOCIALISMO SE CONSTRUYE DÍA A DÍA
LOS COMUNISTAS SON LOS PRIMEROS EN MORIR
LA CALLE ES PARA LOS REVOLUCIONARIOS
EL DEBER DE TODO REVOLUCIONARIO ES HACER LA REVOLUCIÓN
DONDE NACE UN COMUNISTA MUEREN LAS DIFICULTADES
P’TRAS NI PARA COGER IMPULSO
MUERAN LOS TRAIDORES
SEA PATRIOTA MATE A LOS TRAIDORES
¿Qué nos pasó en estos diez años? ¿En que nos convertimos?




XI
No tenía nada que hacer en Alemania, recogí las pocas pertenencias de mi tío de la casa de huéspedes donde se hospedaba, realicé los tramites pertinentes al caso, saqué el pasaje y me dispuse a abandonar esta tierra, donde según el fatal Federico Van Haar, habían nacido nuestros antepasados.
El equipaje del tío era bien escaso, unas pocas prendas de vestir, de baja calidad, pasadas de moda, cuatro capítulos de su novela inconclusa y una última carta que no llegó a enviarme y que podía arrojar alguna luz sobre los sucesos ocurridos.
El peligro era eminente, yo podía ser el próximo suicida, la próxima víctima del fanático asesino, porque sólo la policía creía eso de los suicidios. ¿Quién se va a lanzar contra el pavimento desde cierta y altura, con un velo de novia en la cabeza y una pluma en el trasero? Eso podía encajar en el caso de la Morsa, pero nunca en el perfil de Federico, él se tenía reservada en todo caso una muerte heroica, en su carta final, hablando de la muerte decía No hay nada más ridículo que un humano cuando ama y cuando muere. Federico odiaba la muerte, quizás por eso se vengó de él poniéndole en una situación grotesca. ¿Qué tenía que ver la investigación de Federico con su muerte? ¿Cómo se relacionaba la muerte de Morsa con la investigación de mi tío?
No tenía más remedio que tragarme el miedo y enfrentar al asesino o a los asesinos, era ya una cuestión de pura supervivencia, si iba a las autoridades. ¿Quién iba a creer semejante historia?
La última noche en Alemania la pasé sumergido en dolorosas reflexiones sobre la vida, ¿Qué había hecho con mi vida? Aldo y sus cofrades al menos creían en su singular locura y luchaban por ella, mi padre creyó en su ciencia, en la Revolución y murió en Angola, voló más bien, se incorporó al polvo universal al chocar su camión con una mina, al regresar de atender a unos pacientes enfermos de paludismo, algunos de mis vecinos creían en la Revolución y soportaban con fe de carneros y estoicismo de vacas las dificultades, yo pertenecía al grupo de los que no creen en nada, de los escépticos, de los sin partido, de los que se abstienen siempre, de los que no tienen fe. ¿Qué podía esperar de la vida? Ahora se presentaba la oportunidad de luchar por algo o contra algo, ahora tomaría partido, lo hacía por los demás o por mí, eso que importaba en estos momentos, tenía un motivo, una razón, ya no tendrían que correr como un drogadicto a buscar al ángel libador del Malecón para olvidar al mundo unos minutos.